miércoles, 10 de marzo de 2010

LA CANCHA

Alguna vez escribí que una mañana de sábado me presente con mi viejo en el Francisco Fiego.
Impecable, ilusionado. Es que me habían deslumbrado esos tipos que mi viejo me llevaba a ver jugar al futbol los domingos.
El rubio que usaba la 10, el volante de botines marrones, el marcador de punta de barba y gesto asusto. El gran arquero.
Sin darse cuenta o sí los dirigentes lograban que los mas chicos quisieran vestir la casaca del club, jugar en esa cancha, cambiarse en el vestuario que usaban esos fenómenos, tirar paredes igual que ellos, volar hasta encontrar el infinito misterio que propone la frase “ahí donde anidan las arañas”, llegar al gol en algunos de los dos arcos, entrar y pisar el campo de juego simplemente, tan solo eso podía hacer feliz a aquellos que se encariñaban con la camiseta y con el club. Tener a esos hombres jugando en la primera división era la publicidad más legítima e increíblemente barata que se podía lograr para convocar a los más pibes.
Empezábamos por idolatrar a esos tipos que se ponían la “aurinegra” para jugar en primera división y después, el segundo amor futbolero era con la cancha, con el predio.
Antes del fútbol, jugábamos un rato al básquet en el perímetro que estaba al aire libre. Si la temperatura invitaba, nos regalábamos chapuzones al por doquier en la pileta, jugábamos a las escondidas debajo de las tribunas y descansábamos debajo de los árboles que estaban detrás del arco de la calle Pinto.
El club era nuestra segunda casa, nuestro lugar para desarrollarnos como personas, para disfrutar las vacaciones, el fin de semana y para encontrar una sociedad hermosa con eso que tanto queremos y amamos que es el fútbol.
Les he dicho varias veces que estuve en el Francisco Fiego muchas e inolvidables jornadas y la última vez que me senté en la techada fue para ver un clásico frente a Ferro a principios de los 90.
Creo que sentarse en las tribunas generaba cierto placer efímero pero cautivante al fin asemejándose al placer que nos da el mejor sillón en el living de casa.
Un tiempo después llegó ese día pálido y sombrío. Un día que si bien no recuerdo con precisión me enteré que el club estaba implicado en una cuestión judicial y las puertas del Francisco Fiego debían cerrarse. Ese día muchos de nosotros hubiésemos preferido vivirlo desde la vereda de al lado.
Fue un día en que todos quisimos saber porque pero las explicaciones quedaron de lado, enterradas debajo de los bancos de suplentes con ladrillos que preferían escaparse para descubrir la verdad. Porque si con la venta de la Quinta Belén alcanzaba para pagar, se remataron la cancha y la cede?. Porque hubo tantos intereses en juego?.
Algún día habrá que escribir la verdadera historia, con nombres propios y que el pueblo entero sepa quienes se quedaron con todo y porque.
Quienes llenaron sus arcas con esta derrota, la más dura de la vida institucional “aurinegra”, esos que ahí andan caminando por las calles de nuestra ciudad como señores.
Los verdaderos hinchas son los que varias veces abrieron esa puerta que da a Belgrano y Roca y coparon la tribuna en ruinas, volvieron a colgar banderas en forma de reclamos aunque solo fue una más de las tantas procesiones de pies descalzos ya que la sociedad de verdugos tenía un plan siniestro para santa y tal es así que hubo que resignarse al filo brillante de la espada, aunque pocos saben que hubo algunos soldados de la tribuna que pelearon hasta el final, con una enorme dignidad y son ellos pocos los que el día que lo crean correcto, contarán la verdad de lo sucedido. Contarán la verdad de este gran robo a un club de un pueblo por parte de algunos dirigentes de turno.
A partir de la desaparición las banderas de los hinchas han ido trepándose a cada alambrado que se les ha cruzado con la vitalidad de los que nunca son derrotados. Han sido mostradas con el mismo orgullo que se muestra el condenado a muerte cuando rehúsa un último deseo.
Desde aquel día el verde de las canchas fue diferente al de la nuestra, ninguna de las redes supo envolver los goles de santa como las del viejo estadio.
Los alambrados indignados fueron testigos de su propio remate y aunque nunca lo pensaron debieron ir a vestir con desgano otra cancha, con otro nombre sabiendo que ya nunca más serían sarandeados por la alegría de los hinchas de santa.
Fue el partido más difícil de la vida institucional, aunque los visitantes arengaban insultos, la tristeza propia de la nada hacía que no encontraran respuestas.
Todos los goles fueron en nuestra valla. Lejos habían quedado las gloriosas tardes, las tardes de sonrisas y festejos y por momentos solo se me ocurría mirar al cielo para tratar de pedir alguna explicación.
Hubo muchos hinchas que viendo la tormenta quisieron ser parte de la lluvia de lágrimas y aunque dicen por ahí que los hombres no lloran, muchos aflojaron al ver la pesadilla que se avecinaba.
Un tiempo después algunos de ellos buscaron resurgir al club y armaron el Deportivo. Los triunfos que siempre fueron de visitante, porque a partir de ese momento siempre fuimos de prestados, alcanzaron para secar algunas de las lágrimas derramadas.
Alcanzaron para calmar el dolor, ese dolor inmenso, indignante que representaba pasar por la vieja cancha y ver que se transformaba en departamentos.
Pero hace unos días fuimos testigos del nacimiento de un hijo. Sí, porque no pensar que la vieja cancha destruida, maltrecha, devastada por inescrupulosos tuvo la última alegría de la vida…dar a luz.
Gracias a la gestión de los nuevos dirigentes hace unos días vimos el nacimiento de la nueva cancha de Santamarina. Y ahí encontramos a los que luchan por EL CLUB HOY, ahí ví a los que lucharon y siguen luchando por Ramón Santamarina desde el 90 y pico. Ahí no ví, por suerte, a los que quisieron llevarnos al cementerio definitivamente.
Hace unos días me sentí orgulloso, me sentí cerca de aquellos viejos que por 1913 se juntaron y empezaron a construir la cancha.
Habrá que ver que nombre le ponemos, pero seguramente será el día más lindo de la vida “aurinegra”, el momento en que un equipo del club debute oficialmente en la nueva cancha.
Después de tantos años volveremos a ser locales. Solo los que lo hemos podido vivir en carne propia sabemos el gusto que tienen este tipo de cosas.
A pesar de la derrota, a pesar de que muchos en la ciudad apostaron por la desaparición para siempre de este grande, se olvidaron de algo.
Para que Santamarina deje de existir tendrían que habernos matado a todos. A algunos de ustedes les alcanzo con llenarse los bolsillos.
A nosotros nos bastó el recuerdo, la impronta de saber que siempre hay algo más.
Cerrar los ojos y escuchar el grito lanzado por la techada de Roca muchas veces. Volver a ver en nuestra mente la infinita cantidad de goles marcados con la “aurinegra” en ese lugar, siempre nos invitó a ver más allá, a pensar en la vuelta, a soñar con el regreso de los buenos tiempos.
Pueden quedarse con el escombro de las tribunas, pueden quedarse con toda la plata que lo nuestro significó pero nunca podrán quedarse con nuestra dignidad, con nuestras ganas de volver a tener una cancha, con nuestra intensión de ser locales de nuevo, de volver a tener una casa. Lo que vivimos hace unos días en Cuba y Darragueira solo lo pueden entender aquellos que anduvieron en buenas y malas, los que saben que los colores pueden llevarte al infierno una mañana y al cielo en el mismísimo atardecer…..
Santa vuelve a tener casa……y aunque algunos hayan querido ..no es en el cementerio.

Juan Casero – Enero de 2010