miércoles, 10 de marzo de 2010

LA CANCHA

Alguna vez escribí que una mañana de sábado me presente con mi viejo en el Francisco Fiego.
Impecable, ilusionado. Es que me habían deslumbrado esos tipos que mi viejo me llevaba a ver jugar al futbol los domingos.
El rubio que usaba la 10, el volante de botines marrones, el marcador de punta de barba y gesto asusto. El gran arquero.
Sin darse cuenta o sí los dirigentes lograban que los mas chicos quisieran vestir la casaca del club, jugar en esa cancha, cambiarse en el vestuario que usaban esos fenómenos, tirar paredes igual que ellos, volar hasta encontrar el infinito misterio que propone la frase “ahí donde anidan las arañas”, llegar al gol en algunos de los dos arcos, entrar y pisar el campo de juego simplemente, tan solo eso podía hacer feliz a aquellos que se encariñaban con la camiseta y con el club. Tener a esos hombres jugando en la primera división era la publicidad más legítima e increíblemente barata que se podía lograr para convocar a los más pibes.
Empezábamos por idolatrar a esos tipos que se ponían la “aurinegra” para jugar en primera división y después, el segundo amor futbolero era con la cancha, con el predio.
Antes del fútbol, jugábamos un rato al básquet en el perímetro que estaba al aire libre. Si la temperatura invitaba, nos regalábamos chapuzones al por doquier en la pileta, jugábamos a las escondidas debajo de las tribunas y descansábamos debajo de los árboles que estaban detrás del arco de la calle Pinto.
El club era nuestra segunda casa, nuestro lugar para desarrollarnos como personas, para disfrutar las vacaciones, el fin de semana y para encontrar una sociedad hermosa con eso que tanto queremos y amamos que es el fútbol.
Les he dicho varias veces que estuve en el Francisco Fiego muchas e inolvidables jornadas y la última vez que me senté en la techada fue para ver un clásico frente a Ferro a principios de los 90.
Creo que sentarse en las tribunas generaba cierto placer efímero pero cautivante al fin asemejándose al placer que nos da el mejor sillón en el living de casa.
Un tiempo después llegó ese día pálido y sombrío. Un día que si bien no recuerdo con precisión me enteré que el club estaba implicado en una cuestión judicial y las puertas del Francisco Fiego debían cerrarse. Ese día muchos de nosotros hubiésemos preferido vivirlo desde la vereda de al lado.
Fue un día en que todos quisimos saber porque pero las explicaciones quedaron de lado, enterradas debajo de los bancos de suplentes con ladrillos que preferían escaparse para descubrir la verdad. Porque si con la venta de la Quinta Belén alcanzaba para pagar, se remataron la cancha y la cede?. Porque hubo tantos intereses en juego?.
Algún día habrá que escribir la verdadera historia, con nombres propios y que el pueblo entero sepa quienes se quedaron con todo y porque.
Quienes llenaron sus arcas con esta derrota, la más dura de la vida institucional “aurinegra”, esos que ahí andan caminando por las calles de nuestra ciudad como señores.
Los verdaderos hinchas son los que varias veces abrieron esa puerta que da a Belgrano y Roca y coparon la tribuna en ruinas, volvieron a colgar banderas en forma de reclamos aunque solo fue una más de las tantas procesiones de pies descalzos ya que la sociedad de verdugos tenía un plan siniestro para santa y tal es así que hubo que resignarse al filo brillante de la espada, aunque pocos saben que hubo algunos soldados de la tribuna que pelearon hasta el final, con una enorme dignidad y son ellos pocos los que el día que lo crean correcto, contarán la verdad de lo sucedido. Contarán la verdad de este gran robo a un club de un pueblo por parte de algunos dirigentes de turno.
A partir de la desaparición las banderas de los hinchas han ido trepándose a cada alambrado que se les ha cruzado con la vitalidad de los que nunca son derrotados. Han sido mostradas con el mismo orgullo que se muestra el condenado a muerte cuando rehúsa un último deseo.
Desde aquel día el verde de las canchas fue diferente al de la nuestra, ninguna de las redes supo envolver los goles de santa como las del viejo estadio.
Los alambrados indignados fueron testigos de su propio remate y aunque nunca lo pensaron debieron ir a vestir con desgano otra cancha, con otro nombre sabiendo que ya nunca más serían sarandeados por la alegría de los hinchas de santa.
Fue el partido más difícil de la vida institucional, aunque los visitantes arengaban insultos, la tristeza propia de la nada hacía que no encontraran respuestas.
Todos los goles fueron en nuestra valla. Lejos habían quedado las gloriosas tardes, las tardes de sonrisas y festejos y por momentos solo se me ocurría mirar al cielo para tratar de pedir alguna explicación.
Hubo muchos hinchas que viendo la tormenta quisieron ser parte de la lluvia de lágrimas y aunque dicen por ahí que los hombres no lloran, muchos aflojaron al ver la pesadilla que se avecinaba.
Un tiempo después algunos de ellos buscaron resurgir al club y armaron el Deportivo. Los triunfos que siempre fueron de visitante, porque a partir de ese momento siempre fuimos de prestados, alcanzaron para secar algunas de las lágrimas derramadas.
Alcanzaron para calmar el dolor, ese dolor inmenso, indignante que representaba pasar por la vieja cancha y ver que se transformaba en departamentos.
Pero hace unos días fuimos testigos del nacimiento de un hijo. Sí, porque no pensar que la vieja cancha destruida, maltrecha, devastada por inescrupulosos tuvo la última alegría de la vida…dar a luz.
Gracias a la gestión de los nuevos dirigentes hace unos días vimos el nacimiento de la nueva cancha de Santamarina. Y ahí encontramos a los que luchan por EL CLUB HOY, ahí ví a los que lucharon y siguen luchando por Ramón Santamarina desde el 90 y pico. Ahí no ví, por suerte, a los que quisieron llevarnos al cementerio definitivamente.
Hace unos días me sentí orgulloso, me sentí cerca de aquellos viejos que por 1913 se juntaron y empezaron a construir la cancha.
Habrá que ver que nombre le ponemos, pero seguramente será el día más lindo de la vida “aurinegra”, el momento en que un equipo del club debute oficialmente en la nueva cancha.
Después de tantos años volveremos a ser locales. Solo los que lo hemos podido vivir en carne propia sabemos el gusto que tienen este tipo de cosas.
A pesar de la derrota, a pesar de que muchos en la ciudad apostaron por la desaparición para siempre de este grande, se olvidaron de algo.
Para que Santamarina deje de existir tendrían que habernos matado a todos. A algunos de ustedes les alcanzo con llenarse los bolsillos.
A nosotros nos bastó el recuerdo, la impronta de saber que siempre hay algo más.
Cerrar los ojos y escuchar el grito lanzado por la techada de Roca muchas veces. Volver a ver en nuestra mente la infinita cantidad de goles marcados con la “aurinegra” en ese lugar, siempre nos invitó a ver más allá, a pensar en la vuelta, a soñar con el regreso de los buenos tiempos.
Pueden quedarse con el escombro de las tribunas, pueden quedarse con toda la plata que lo nuestro significó pero nunca podrán quedarse con nuestra dignidad, con nuestras ganas de volver a tener una cancha, con nuestra intensión de ser locales de nuevo, de volver a tener una casa. Lo que vivimos hace unos días en Cuba y Darragueira solo lo pueden entender aquellos que anduvieron en buenas y malas, los que saben que los colores pueden llevarte al infierno una mañana y al cielo en el mismísimo atardecer…..
Santa vuelve a tener casa……y aunque algunos hayan querido ..no es en el cementerio.

Juan Casero – Enero de 2010

miércoles, 30 de diciembre de 2009

LAS SEÑALES DEL DESTINO

Si bien yo no soy ni escritor ni poeta, ni aprendíz de los oficios de la literatura y algunos estarán diciendo que se nota, la verdad es que he encontrado un momento de mucha distensión y placer al sentarme frente a la computadora y reflejar anécdotas de mi vida.
Comenzar cada una de las transmisiones de fútbol contando alguna de ellas me hace sentir muy bien.
Demás esta decir una y otra vez que no quiero invadir el terreno de aquellos que hacen de la escritura una profesión.
Y aunque algunos insistan en decir que se nota, es bueno recordarles que quien les habla o escribe jamás pasó por ninguna universidad, ni taller literario, ni nada que se le parezca.
Simplemente son las ganas de compartir con cada uno de ustedes esos momentos inolvidables que nos va entregando la vida a medida que transitamos por ella.
Comparto esas anécdotas que quizá son similares a las que cada uno ha vivido. Así me lo hacen saber y sentir muchos de los oyentes o lectores a quienes me encuentro en la calle y me dicen que viajan conmigo durante estos minutos por ese mar de innumerables recuerdos. Trepados a la proa de un barco imaginario, vamos rompiendo esas olas de la niñez, nos metemos en medio de alguna tormenta de la adolescencia y vemos el sol brillante entre las velas cuando recordamos nuestra juventud.
Hace unos meses me recomendaron leer un libro del escritor Paulo Coelho. El mismo se llama “Maktub”. Maktub es una palabra árabe que significa “estaba escrito” y que nos quiere transmitir que es el destino es el que fija y marca ciertas conexiones con nuestra vida, nuestra alma y el plan divino.
En un compilado de historias breves, sencillas, muy profundas y sumamente sabias que pertenecen a la herencia espiritual de la raza humana, el escritor busca oficiar de excelente ocasión para reflexionar sobre la vida, para reencontrarse con uno mismo y para valorar aquello que “estaba escrito”.
Mi querido amigo Daniel Pérez me diría “te estas poniendo viejo”, ante estas palabras…yo digo que no.
Lo que si es cierto es que uno atraviesa por uno de esos momentos en que trata de buscarle algún significado a la vida desde lo espiritual.
Y encontré, leyendo Maktub, ciertas cosas que tienen que ver con algo en lo que he creído desde muy chico, el destino.
Yo soy un convencido de que todo esta escrito y al margen de que nosotros querrámos planificar cada uno de nuestros momentos, solo nos saldrán bien esos en los que nuestra proyección haya coincidido con el destino.
No me atormenta no poder saber lo que nos va a pasar mañana a cada uno de nosotros pero estoy convencido que ya todo está escrito, hasta el mismísimo día de nuestro final.
Lo más lindo que me ha enseñado Maktub es a ver señales. A compartir y disfrutar de ese “changui” que te da el destino. No te cuenta lo que va a pasar, no te deja ver más allá o sí, todo depende de la forma en que cada uno puede analizar cierto tipo de señales.
Y ahí esta el tema. Algunos estarán preguntándose a esta altura que tiene que ver esto con Santamarina y Huracán. Que tiene que ver esto con el fútbol.
Debo decirles que no tiene nada que ver. Pero siempre estaré dispuesto a darles una explicación que les posibilite entender el porque de cada cosa en cada momento.
El viernes por la noche me refugie una vez más en el arcón de los recuerdos y pensando en Tres Arroyos, la ciudad donde nos toca estar esta tarde esperando por un partido de futbol, busqué y encontré una muy linda anécdota ligada a mi vida y a esta ciudad.
Corría el mes de noviembre del año 1989. Yo pasaba mis días cursando el quinto y último año del colegio secundario. Los sábados por la tarde participaba de un curso de periodismo que dictaba el inolvidable Juan Carlos Gargiulo y disfrutaba además de los últimos bailes como estudiante.
Recuerdo que antes del final del ciclo lectivo conseguí trabajo en la concesionaria de tractores Massey Ferguson denominada Antueno y Lavayen.
Allí comencé a transitar mi camino laboral. El trabajo en principio sería por un tiempo. Al interiorizarme un poco de cómo venía la mano me enteré que yo había llegado a la empresa para reemplazar a un hombre que estaba enfermo gravemente.
Alguien me dijo “pibe yo no creo que el viejo vuelva así que seguro te van a dejar efectivo”. Sinceramente no me sentí para nada bien cuando me enteré que el precio que debía pagar para quedarme era que la otra persona no volviera a trabajar.
Alberto Lategui, el enfermo en cuestión, había sido diagnosticado de un cáncer de páncreas y a sus 67 años muchos pensaron que le había llegado la hora. Pero no fue así. En nuestro pago chico a nadie le extrañará saber que algún médico le erró en el diagnostico y así fue nomás que unos meses más tarde ya recuperado tuve la posibilidad de conocer a este hombre.
La verdad que grata fue mi sorpresa cuando me dijeron que por mis condiciones para trabajar, al margen de que volviera el viejo, yo también me iba a quedar en la empresa.
Era una mañana fría de invierno cuando nos dimos la mano por primera vez. El “viejo” Lategui era un porteño de ley. Flaco, alto, de frente amplia, canoso y con bigote. Hablaba a la perfección el capicúa y a cada rato silbaba una milonga o un tango. “Morocha que me amurastes,….en lo mejor de la davi”…era una de las más famosas y la que más recuerdo.
A medida que nos fuimos conociendo me fue contando de su vida. El había sido en sus años mozos viajante de la compañía Internacional Harvester y más tarde había desarrollado la misma tarea para la empresa Massey Ferguson.
El viejo se había casado en la capital federal y había formado una familia compuesta por su esposa y dos hijos pero su vida tenía una particularidad.
Por una historia de amor gestada aquí en Tres Arroyos, había dejado todo.
Ya con sus hijos grandes una tarde lluviosa trabajaba en esta ciudad y al pasar por una esquina muy fuerte estremeció con su auto un gran charco, empapando a una jovencita que intentaba cruzar la calzada.
Fiel a sus costumbres y todo un caballero, paró unos metros más adelante, se bajó e insistió con hacerse cargo de los gastos que le demandaría a la señorita enviar la ropa a la tintorería. No estoy aquí para contar los pormenores lo cierto fue que ese encuentro terminó uniéndolos para tomar un café y conversar y ese café termino uniéndolos el resto de la vida.
Miriam era soltera, nacida en tres arroyos y vivía en esta ciudad pero a partir de ese momento decidió acompañar a su amor a donde el fuera y fue entonces que el destino los depositó en Tandil.
Trabaje con el viejo desde el año 1990 hasta el 97. Aprendí muchas cosas de él. Nuestros días pasaban entre repuestos, reclamos de garantía, pedidos, control de stock y por supuesto la atención al público. Entre charla y charla fui descubriendo a un hombre apasionado por lo que le gustaba. Su trabajo. Sus perros, sus aviones y barcos en miniatura y las tortas que le hacía Miriam, quien era para él “su piba”.
El viejo dejó de trabajar a los 75 años y decidió concederle un deseo a su amor. Volver a vivir en la ciudad en la que se habían conocido.
Pasó el tiempo y no nos volvimos a ver hasta que el destino me trajo a trabajar a Tres Arroyos.
En el año 2006 tuve la chance de desarrollar tareas en un campo que esta a 24 km de esta ciudad. Desde el día que llegue me propuse averiguar en principio si el viejo aun vivía y por supuesto que si así era, iría en su búsqueda para darle un abrazo y reencontrarme con él después de tanto tiempo.
Habían pasado casi 10 años sin vernos. Un día, mientras transitaba por una de las avenidas de este pueblo haciendo mandados, sentí que ese era el instante para encontrarlo. No me pregunten porque pero fue así. Considero que fue una señal que me dijo que debía buscarlo en ese momento.
Conseguí su número de teléfono en la guía y llame. Ni bien escuche la voz femenina que respondió, reconocí a Miriam. Cuando le dije quien era rápidamente me dijo vení que estamos solitos, Alberto se va a poner muy contento.
Llegué, toque timbre y salieron los dos a recibirme. Me hicieron pasar. En medio de la mesa había una torta. Miriam me dijo “sabes que hoy Alberto cumple 84 años”. Me senté. Compartí con ellos recuerdos, un momento inolvidable, una taza de café y un pedazo de esa torta que tenía el aroma que solo ella sabía darle y que por supuesto para él era un orgullo.
Me fui, al despedirme sentí que era eso. Una despedida de ese amigo y querido viejo.
Subí a mi camioneta y al llegar a la esquina me emocione. Las lágrimas se apoderaron de mí porque una señal aquel día me había dado la chance de compartir con el viejo Lategui un rato de su cumpleaños y también de que ese momento sirviera como una anunciada despedida.
No lo volví a ver. Dos días después de mi cumpleaños número 36, un 30 de abril de 2006, el viejo Lategui murió en esta ciudad, que no era la que lo vio nacer pero si era la que le había dado el gran amor de su vida.
Al estar en tres arroyos quise hablarles de mi viejo amigo. De ese hombre que fue mi primer gran compañero de trabajo. Quise hablarles de su historia de amor en esta localidad y de ese impulso en mi mente que me permitió encontrarlo justo el día de su cumpleaños nro 84, compartir un rato con el y que ese momento sirviera para despedirnos de esta vida.
A mi no me quedan dudas que aquella tarde en Tres Arroyos, todo sucedió gracias a que aprendía a ver “las señales del destino”.

JUAN CASERO
Relato escrito en homenaje a su amigo Alberto Lategui. Leído en la apertura de transmisión de AM 1560, desde Tres Arroyos donde un rato más tarde jugaron Huracán y Santamarina.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

EL JULIO, MARCADOR CENTRAL Y CAPITÁN

Los clásicos futboleros entre barrios eran en nuestra niñez y juventud algo tradicional.
Sin duda alguna quienes caminamos hoy cerca de los 40, sentimos una gran nostalgia al ver como se han perdido ese tipo de rituales generados por el amor a la redonda, a la pelota. El amor y la pasión por ese juego que siempre estuvo al alcance de la mano. Ese juego barato y simple que nos entretenía casi desde que llegamos al mundo.
Jugar a la pelota no costaba nada. Si no había alguna a mano siempre estaban las alternativas de las confeccionadas con papel, trapo y alguna media vieja. O simplemente alguna botella de plástico o cualquier porquería que encontráramos tirada en la calle y a la que se le pudiera patear. Todo servía para jugar a la pelota.
En el barrio nosotros compartíamos las gambetas, las atajadas y los goles de lunes a viernes, pero el fin de semana siempre tratábamos de armar algún duelo futbolero con los barrios vecinos.
Los pibes del Selvetti, éramos en la amplia barriada que abarcaba el detrás de la ruta, los más nuevitos. Habíamos llegado ahí a principios de la década del ´70, cuando apenas éramos unos bebes y gracias a un barrio construido por el gobierno de Perón. Estaba enclavado en medio de unas cuantas hectáreas de campo y en soledad, a mitad de camino entre lo que por ese momento eran los barrios de Villa Gaucho y La Rural. Y por supuesto como en cada uno de los momentos de la vida en el fútbol también debíamos pagar ese precio a ser los últimos en arribar a esa parte de la ciudad.
Había cosas que nos jugaban en contra. Nuestro barrio era nuevo, recién hecho por las autoridades de turno y para el resto éramos los ricos. Aunque todos formábamos parte de familias humildes, a los más renegados de la zona no había como hacerles entender que éramos tan sencillos como ellos.
La escuela servía para unirnos o al revés, para enfrentarnos. Lo cierto es que la fama de malos y camorreros la tenían los otros. Nosotros solo bajábamos la cabeza ante cada provocación y eso nos hacía ver débiles aunque algunos afirman que también podría encuadrarse en un síntoma de inteligencia.
Les puedo asegurar que no. Agachábamos la cabeza por que si cobrábamos como en el banco a la salida de la escuela.
Pero llegó ese día. No recuerdo bien porque fue pero después de un partido de los que habitualmente jugábamos entre nosotros, uno de los nuestros propuso una moción. Porque no jugar al futbol y demostrarles que les podíamos ganar. Si los vencíamos en la cancha comenzaríamos a emparejar ese poder que ellos creían que tenían sobre nosotros.
La idea que surgió en principio fue armar un partido contra los del barrio del “rana”. El “rana” era una especie de capitán del equipo menos malo. El Julio Flores, jugaba de marcador central y era el capitán de los más camorreros. Todos estábamos de acuerdo en que a esos había que dejarlos para lo último. Fue entonces que en uno de los recreos en la escuela tomamos coraje y elegimos a tres de los nuestros para que fueran en una especie de comisión a proponerle al “rana” un desafío futbolero. La idea era llevarlo a cabo el sábado a la tarde.
Che “rana” quieren jugar un partido contra nosotros, dijo Luisito, medio temeroso y balbuceante.
Bueno, contestó el “rana” pero jugamos en la cancha nuestra. En nuestro barrio. Ni bien vinieron nuestros enviados a comunicarnos que había que jugar de visitantes, la convocatoria fue perdiendo adhesiones. El que no tenía un cumpleaños, tenía que ir a pasear. El que no tenía que ir a pasear, se tenía que ir a laburar con el viejo. En eso se escuchó un grito; no sean cagones viejo¡! Dijo Luisito. Si ellos no hubieran tenido problemas en venir a nuestra cancha, seguro que ustedes jugaban. Son todas excusas las que ponen. Así como nos van a respetar. Al final tienen razón, vamos a quedar como unos cagones.
Lejos de tocar las fibras más intimas de los muchachos y convencerlos, la decisión era inalterable. De visitante no, porque además de perder cobramos.
Pero nadie imaginaba que al consultarle al “rana” nuevamente, ellos si accederían a ser visitantes. En definitiva Lusito nunca lo dijo pero la localía le había costado unos kilos de chorizo y de fruta que el “ranita” vino a buscar la noche anterior al partido. En el barrio había un par de comerciantes a los que les gustaba el futbol y siempre colaboraban con algo a modo de premio. Esta vez Luisito había usado toda su inteligencia para cambiar el premio por la condición de local.
Fue una tarde inolvidable de fútbol. Recuerdo que Marcelito López, uno de los que más la movía en nuestro equipo, armó una jugada bárbara gambeteando uno tras otro. No se cuantos quedaron en el camino pero si recuerdo que fue un golazo. Sirvió para ganar. Pero como si eso fuera poco, una semana mas tarde volvímos a encontrarnos y nuevamente los vencimos, en este caso 2 a 0.
Habíamos logrado lo que queríamos. Ahora se hablaba de nosotros como cosa seria en cuanto a equipos de futbol barrial se refiere. Le habíamos ganado dos veces al equipo del “rana” y entonces ahora si ya no podíamos esquivarlos. El equipo de los Flores, una familia numerosa de un barrio aledaño y otrora los más bravos en el fútbol y las otras cuestiones nos había señalado como sus rivales del sábado.
A ellos no se les podía decir que no. Y más si veníamos de ganarle al equipo del “rana”, que era el único que les había ganado a ellos y tan solo una sola vez.
El capitán del equipo era el Julio Flores, morrudo, enorme, cara de pocos amigos y un par de tatuajes que lo hacían más temeroso. De todos modos en la lista familiar de los camorreros ocupaba el segundo lugar. Al margen de que él era quien llevaba la cinta y las negociaciones adelante. Le decían “el capitán”, porque los más allegados conocían el deseo y el sueño de Julio. Ser algún día el mandamás de un gran barco. Impactaba ver la tinta azul de vaya a saber que tipo de punzón le había pasado por uno de sus bisep, dibujando un ancla con cadenas. Es por eso que era el quien había sido designado entre los 14 hermanos para armar y planificar los desafíos.
El Julio era un pibe particular. Los Flores eran tantos hermanos que por ejemplo a la hora del reparto en una sala social que estaba cerca de la escuela, recuerdo una interesante anécdota. A él le había tocado en suerte, antes de comenzar las clases, un guardapolvo de mujer, de esos con tablas y que se atan con botones por la espalda. Sin embargo y lejos de quejarse por lo que muchos pensábamos era un insulto, el Julio lo aprovechaba para entrenarse y estirar un poco los brazos cuando alguien osaba cargarlo. De todos modos lo usaba al revés, con los botones para adelante y las tablas para atrás y créanme que le quedaba bien simpático.
La historia es que el sábado iba a tener sobre mis espaldas, ya que yo jugaba de 9 en el equipo del barrio, nada más y nada menos que al Julio, el “capitán”.
Lo había visto jugar algunas veces y de solo pensar en la rudeza con la que iba abajo, siempre con los tapones de punta, buscando el cuerpo del rival en ves de la pelota, arriándote con unos cortos de derecha que impactaban generalmente en la espalda que realmente te intimidaban, daba miedo. Recuerdo que soñé toda la semana previa con ese partido de fútbol y fíjense ustedes que ha quedado grabado en mi mente a tal punto que recordé esta anécdota, verdadera por cierto, para contárselas.
“Al pedo le hicieron partido, los van a cagar a patadas, por ahí los quiebran y después nos va a salir más caro”; apuntaba uno de los padres en la esquina del almacén donde nos reuníamos a la noche para charlar. “Por que no les dicen que se arrepintieron y se dejan de joder”; argumento otro de los viejos. “Esos muchachos juegan muy fuerte, ganan de prepo en todos lados va a ser para problemas”; coincidieron otros.
Pero nuestra suerte ya estaba echada. Le habíamos ganado al equipo del “rana” y ahora queríamos probar a los Flores. Además a nadie le entraba en la cabeza que ellos aceptaran una negativa después de haber arreglado el duelo.
Finalmente le sábado llegó. El partido estaba programado para las 3 de la tarde pero a las dos y media nosotros ya estábamos en nuestra cancha. Walter era uno de los que más alma de técnico tenía entre los pibes del barrio, así que fue el quien se encargo de armar el equipo, ordenarlo y darnos las indicaciones.
Nosotros estábamos completos. Los mejores de nuestro barrio estaban en cada una de las líneas y yo que era el más corpulento y que además era bueno para pegarle al arco había sido el elegido para jugar de 9. Eso significaba tenerlo al enorme Julio Flores a mis espaldas.
A las tres menos cinco cayeron en banda y se ganaron en la cancha. Parecían indios al ataque. Entraron gritando y haciendo alusión a la paliza futbolística y de la otra que nos iban a dar.
Sorteamos el saque y el arco y el partido comenzó. Troté lentamente para buscar mi posición. Al llegar al borde del área me tope con el Julio. Aunque su mirada, sus enormes músculos y sus tatuajes invitaban a irse lo más lejos posible, un infernal olor a chivo preponderaba y hacía que todo lo anteriormente señalado quede de lado.
El primer tiempo fue un monologo de los Flores que nos cascotearon el arco insistentemente aunque se encontraron con la brillantes de nuestro golero. El “turco” volaba de un lado para el otro y se revolcaba entre la tierra para evitar la caída. A mi no me llegó ni una sola pelota así que estaba intacto. No le había dado ni un solo motivo al Julio para rozarme. Mi única lucha había sido contra los efectos que causaba en su cuerpo la transpiración en la soleada tarde de verano.
El primer tiempo llego a su fin y la sombra de los eucaliptos sirvió para refrescarnos. Los Flores invadieron la casa de la vieja de la esquina para tomar agua de una canilla que estaba en el jardín. La mujer, visiblemente alterada, intento correrlos con una escoba pero lejos de amedrentarlos simplemente los invito a realizar un recorrido por la amplia galería de insultos que formaba parte de su vocabulario dedicándole gran parte de ellos a la familia de la doña.
Volvieron a la cancha y el segundo tiempo comenzó. El partido siguió siendo un monologo de llegadas por parte de ellos hasta que en un mano a mano, gritaron el gol sin darse cuenta que debajo del polvaderal del área, el “turco” se había quedado con el balón en la mismísima raya de sentencia.
En ese instante, ya casi 40 del segundo tiempo, Julio Flores se dio vuelta, miró al arquero y le hizo la tradicional seña de “no pueden tener tanto c….”
En ese mismo instante el “turco”, saco alto y fuerte. Yo estaba de espaldas al Julio que a su vez estaba un tanto desatento. La pelota pico y cayó sobre mi pecho al borde del área. El Julio sabía que si me tocaba era penal. Estaba obligado a quitármela con la mayor lealtad que el fútbol propone. Giré a mi derecha, sentí su olor y el guadañazo que venía. Fue una fracción de segundo. Le dí de zurda antes de recibir la patada y la pelota se clavo abajo contra el segundo palo del arquero.
Alcance a saltar y el guadañazo pasó de largo. Me cagaste….murmuró el Julio. No quise ni festejarlo por miedo a que se enojaran y lo tomaran a mal. Corrí hacia el medio de la cancha haciéndome el gil, como perro que volteó la olla, mientras escuchaba el maremoto de insultos que el “el capitán” le propinaba a su hermano, el arquero. Al partido le quedaban segundos, no había tiempo para nada más, como ahora.


JUAN CASERO
TANDIL 2009

jueves, 5 de noviembre de 2009

EL CABEZÓN

Dedicado a mi amigo y goleador Carlos Raúl Méndez

El cabezón nació en el barrio del estadio. Los baldíos que estaban cerca de Pinto y Rivadavia lo vieron despuntar la pasión por la pelota en los años de la niñez.
Allí junto a sus amigos se divertían a diario con alguna pulpo, inclusive muchas veces la precariedad de la situación los invitaba a jugar con una globa confeccionada a mano por alguna de las viejas. Un poco de papel, trapo y una media enganchada de paso en algún baile y que ya estaba fuera de servicio, eran la formula ideal para armar una redonda que no los limitara en esa insistente búsqueda de la gambeta, los goles o las grandes atajadas.
La historia de nuestro personaje de domingo seguramente es muy similar a la de muchos de los muchachos que han despuntado el vicio del futbol en tierras serranas.
La diferencia entre el y los demás siempre han sido los goles. Por que el cabezón pertenece a una raza que está en extinción, ya que cada vez es verdaderamente más difícil encontrar un goleador. Parecen estar exiliados en una tierra lejana, quizá hasta enojados con aquellos que han hecho que el estado físico predomine por sobre el talento.
Enojados con aquellos que prefieren correr y correr en vez de jugar.
Los goleadores fueron protagonistas de páginas y paginas en los diarios. Motivo de debate en las mesas de café y excepcionales embajadores de nuestro futbol.

Por eso quería recordar al “cabezón” y referirme a un hecho particularmente muy especial en su vida profesional, ya que debe haber, futbolísticamente hablando, momentos inolvidables pero sin lugar a dudas enfrentar a la selección de nuestro país y hacer un gol no es cosa de todos los días. Inclusive a sabiendas de que el gol solo serviría para el eventual descuento ya que por aquel entonces era casi imposible que un humilde equipo del interior del país, clasificado para jugar el regional, pudiera vencer el poderío de semejantes monstruos.

Cada vez que llega un 9 de febrero se cumple un año más de la disputa de un partido inolvidable en el Estadio General San Martín.
Aquella noche Excursionistas, que se había ganado el derecho de representar a Tandil en el torneo regional, enfrentaba nada más y nada menos que a la Selección Argentina, comandada por el flaco César Luis Menotti.
El nuevo entrenador de la “albiceleste” buscaba en cada uno de los amistosos ir conformando el equipo que dos años después se consagraría campeón del mundo, levantando la copa en el Estadio Monumental y generando la alegría mentirosa de un país que lejos de aquella fiesta, atravesaba uno de los momentos más terribles de su historia. Nadie puede dudar que aquella gesta deportiva fue empañada por el accionar destructivo de los militares que llevaban adelante los destinos de un país en el que la libertad, para algunos, era una palabra prohibida.

Pero volviendo al pago chico, en Tandil se vivía con mucho entusiasmo la previa de aquel partido y nuestro héroe, el cabezón, consumía con cierta impaciencia los momentos previos.
Goleador desde las divisiones inferiores, Santamarina había sido el club que ostentaba sus servicios desde pequeño aunque en aquel momento le tocara defender la camiseta del trueno verde.
Bien es sabido que en el interior del país el futbol ha servido para ganarse un manguito que colabore con la economía familiar pero que nadie ha podido vivir de esto.
Así que nuestro amigo despuntaba el vicio los domingos y en la semana recorría las calles de Tandil en una camioneta de la histórica firma Levy. El cabezón era uno de los vendedores de la empresa y su trabajo constaba en visitar negocio por negocio repartiendo elementos de perfumería y cigarrillos.

Reconocido desde su juventud por la increíble capacidad goleadora, el cabezón se robaba los espacios en los diarios donde sus goles hacían debatir a aquellos que en las mesas de café, siempre han luchado por dejar en claro que es ahí donde más se sabe de este deporte.
Y así reza en un diario de la época que habla de una charla de bar en la que se debate si hay que saber hacer goles o hay que tener suerte a la hora de ser poseedor del balón dentro del área y enfrentar al arquero.
El periodista destaca “mientras en la mesa del bar se discute, el cabezón nos sacó la duda. Para hacer goles no solo hay que saber o tener suerte. Hay que estar ahí, donde la pelota va olfateando un botín que muchas veces no encuentra”
“Para que quiere el cabezón la galera y el bastón si le basta con el mameluco del obrero del gol….. vamos amigo contéstele a esos muchachos del bar pero con palabras sino en su idioma…el idioma del gol”.
Bonito recuerdo de un periódico de aquellos años para graficar lo que significa nuestro protagonista de hoy.
Aquella noche inolvidable Excursionistas salió a la cancha con:
Jorge Rigante, Jorge Solimanto, Arguezo, Eresuma, Lavayen, Canale, Daniel González, Gerardo Villar, Arrieta, Aldo Villar y Tatin Alvarez.

La selección argentina formó con Fillol, Killer, Passarella, Tarantini, Galbán, Mouzo, Scotta, J.J. López, Luque, Alonso, Ortíz.

Cuenta la crónica de esa noche que Excursionistas comenzó el encuentro muy nervioso ya que las más de diez mil personas apostadas en el San Martín vieron como a los 30 segundos del inicio, el negro Ortiz marcó el primer gol para la selección.
Scotta le dio al arco con tiro cruzado, Rigante dio rebote y el delantero no perdono.
A los 4 minutos Alonso se escapó por derecha, envío centro y Luque no falló dentro del área, estableciendo el 2 a 0.
17 minutos mas tarde el gringo Scotta iría en busca de un centro al área y con un potente cabezazo al palo izquierdo de Rigante, colocaría el 3 a 0 con el que culminaría el primer tiempo.
En la parte complementaria el “albi verde” tandilense ajustaría sus líneas y estableciendo una férrea defensa evitaría que los muchachos de Menotti siguieran haciendo goles. Es más fueron varias las chances de gol con las que contó la squadra tandilense, las cuales se encontraron con la excelente respuesta del “pato” Fillol.
Pero a la noche le faltaba un detalle. En el banco, ansioso, impaciente y con unas ganas bárbaras por entrar, aunque sea un ratito, estaba el cabezón. El goleador intratable. El hombre que a pesar de no contar estéticamente, quizá con todas las características, era dentro del área infalible.
Con la sonrisa pintada, esa que aun hoy se observa en su rostro cuando uno se lo cruza por la calle o comparte alguna charla. Esa sonrisa de tipo alegre, feliz con la vida. Con esa sonrisa transparente, de amigo, que solo exhiben las buenas personas, el cabezón salto a la cancha promediando la media hora de aquel segundo tiempo con la casaca 16 y sus 23 jóvenes años para reemplazar al querido Daniel González.
El iba a tener el privilegio de romper el cero de aquel segundo tiempo aunque el gol le dejaría secuelas que lo alejarían de las canchas por un par de meses.
A falta de 5 minutos para el final, Arrieta tomo el balón por la izquierda desbordó la marca de Passarella, envío el centro y el cabezón le ganó a la estirada del pato Fillol y con la punta del botín derecho tocó al gol en el arco que da espaldas al calvario.
El goleador tandilense quedó tendido casi dentro del arco por unos segundos y al recuperarse sintió un gran dolor en su pierna goleadora.
El diagnostico diría al otro día que un desgarró lo alejaría de las canchas en toda la primera fase del torneo regional en que Excursionistas enfrentaría entre otros a Estación Quequen y Alumni Azuleño.
Quedan como anécdotas de aquél partido, además de la lesión del cabezón, los siguientes datos.
Un gran enojo en los tandilenses ya que el día después los medios nacionales reflejaban que la selección argentina había jugado en la localidad de Azul.
Otra de las perlitas tiene que ver con Houseman. El delantero había ingresado en el complemento para reemplazar a Scotta. Picó dos veces en busca de que sus compañeros le entregaran el balón y al no encontrar respuesta le manifestó a Solimanto “pico una sola vez mas, sino me la dan me tiro, me hago el lesionado y me voy”.
Un par de minutos mas tarde el delantero del globo cayó como si lo hubieran matado en un roce con el defensor tandilense, dejando la cancha por lesión.
El gran Hotel fue quien cobijo la estadía de la selección en nuestra ciudad. Los muchachos de Menotti se retiraron del estadio en medio de numerosos aplausos que les brindo el público que asistió a ver aquella contienda.
Nuestro protagonista, el cabezón, salio del Estadio General San Martín con la humildad de siempre. En la puerta lo esperaba Any, su novia y la que poco tiempo después se convertiría en su compañera de vida. Dicen que el cabezón le dedicó aquél gol a su suegra lina que ese mismo día estaba cumpliendo años.
Mañana habrán pasado 33 años de aquella noche en la que uno de los hombres más reconocidos en nuestro ámbito futbolero, un goleador con todas las letras, no falló y le marcó un gol a la selección nacional que luego sería campeona del mundo.
Vaya este humilde recuerdo para un querido amigo que demás esta decirles creo que merece este y muchos más reconocimientos.
Fue un 9 de febrero de 1976. La noche en la que el cabezón, Carlos Raúl Méndez, a pesar del aderrota de excursio, se anotó en la red del arco del calvario escribiendo en su idioma…….el idioma del goleador.

por Juan Ignacio Casero - febrero de 2008

sábado, 17 de octubre de 2009

LA PERLA

Ma!! Ma!!, si me parece estar llamando a la perla para que venga en mi ayuda.
Es de madrugada y en mis sueños al perro de enfrente se le ocurrió querer morderme, un caballo desencajado me persigue por el medio del monte que esta detrás del arco de la canchita del barrio donde a diario jugamos al fútbol.
El viejo que cuida la quinta de la esquina me insulta y se me viene al humo con un cinto por que entre a afanarle unas mandarinas sin permiso.
Y entonces me despierto, transpirado, tenso y rompo el silencio de una madrugada sepulcral de la década del 70 en el aun dormido barrio selvetti.
Comienzo con el tenue ma, ma hasta que logro que la perla venga en mi ayuda. La vieja se levanta rápidamente en medio de la noche y espanta los miedos de una pesadilla que le acarrea trastornos a su hijo.
Unas pocas palabras, acomodar las frazadas, una caricia, encender la luz del pasillo que quedara prendida hasta que se haga de día y colocar las zapatillas en forma de cruz debajo de la cama, un secreto que le enseñaron unas viejas curanderas y medio brujas que conoció en tres arroyos cuando era chica, quienes le dijeron que esa formula ahuyentaba a esos perversos que tratan de no dejar dormir a los niños metiéndose en los sueños.
Fue el primer recuerdo de la infancia que vino a mi mente en la madrugada del último sábado cuando mi hijo Simón llamo a su mama de la misma manera.
Me pregunte. por que será que no llamamos a papa cuando una situación de esas características nos atrapa en medio de la noche
Sencillamente en esa pequeñez esta determinada la importancia de la madre en nuestra vida.
Quiero regalarle esta apertura de sábado, unas horas antes del día de la madre, a mi vieja, la perla.

La que ustedes han conocido a través de algunos de mis relatos.
La que muchas veces les he contado me esperaba con el sanguchito de mortadela a la vuelta del estadio.

La madre que ha sido un ejemplo a lo largo de la vida. De lucha, de digitad de trabajo y de amor por los suyos.
La perla es la madre que siempre peleo por sus hijos defendiéndolos en cualquier terreno, si me parece verla saliendo raudamente para la escuela 32 cuando creía que se estaba cometiendo una injusticia con alguno de nosotros.


La Perla es esa mujer de incansables idas y vueltas a la Municipalidad, golpeando puertas en busca de mejoras para el barrio.
La de tantos km recorridos a pie durante el transcurso de la primaria, llevándonos y trayéndonos a diarios inclusive muchas veces luchando para no caer en medio del barro en las calles del siempre olvidado Villa Gaucho.
La perla, la que siempre salio al cruce ante una pelea de niños protegiéndonos a nosotros y a los otros.

La perla, la compañera de aquellas caminatas desde el barrio Selvetti hasta villa Italia para visitar a los abuelos.
La compañera de aquellas tardes de invierno en las que salíamos a juntar leña por los montes del barrio para abastecer el hogar que el viejo había construido.

La que por aquel entonces me compro en lo de Barolo la única camiseta de santamarina que tuve en mi vida. La misma venia acompañada de un pantalón corto de color negro, medias amarillas y un par de botines de tres tiras también aurinegros.

Con esa pinta y de la mano de mi viejo me presente una mañana de sábado en el Francisco Fiego y recuerdo que estrelle un pelotazo en el travesaño.
De todos modos poquito tiempo después mi destino seria el babi de gimnasia donde pasaría los mejores momentos futboleros de la infancia.
Allí esa madre protectora quizá hasta por demás me daría la responsabilidad con tan solo 10 años de ir a jugar solo al club con lo que eso significaba.
El permiso y la confianza de cruzar la ciudad en el colectivo marrón para jugar al fútbol para despuntar la pasión por la pelota, aunque a la vuelta, como un soldado haciendo guardia, la perla siempre esperaba firme en la parada del cole a la vera de la peligrosa ruta 226

Mañana es el día de la madre y como no estaré al aire me he tomado una pequeña licencia este sábado para hablarles de la mía.
La que nos alentó, nos cobijo y nos marco un camino a seguir el día que el viejo se fue de este mundo.
La que lloro conmigo en medio del patio cuando me quede abrazado a la radio el día que no quise ir a la cancha porque el viejo ya no me iba a acompañar mas.
La que se sobrepuso a muchos golpes de la vida y no debe dejarse caer.
No hay que entristecer por los que se han ido de este mundo. Ellos no han muerto, simplemente se nos han adelantado y nosotros estamos obligados a disfrutar cada momento que nos propone la vida, hasta que también nos toque partir.


La perla es esa mujer que entendió aunque le costo mucho que hay un tiempo en que los hijos emprenden un nuevo camino en busca de formar su propia familia.
La perla es la que hoy en día disfruta del cariño de sus nietos más que de su hijo.
Son mis embajadores los encargados de regalarle esa felicidad y cariño que quizás yo no aprendí a expresar.
Son mis hijos a los que la perla espera entre semana con la comida lista, les compra regalos los reta y los quiere bien, atendiéndolos como príncipes y viéndolos crecer.
Esos hijos, mis hijos, que si algo me deben agradecer mañana es la madre que les regale.

Mientras escribo, infinitas imágenes pasan por mi mente, fragmentos de mi vida, principalmente de la niñez
He querido hablarles brevemente de mi madre en su día. Hacer un repaso por imágenes precisas que recuerdo y compartirlas con uds.

Solo me resta decir como hijo que espero que muy pronto vuelvan los asados del domingo.
Que la vida no nos debe permitir ponernos tristes.
Que el tiempo es corto y hay que disfrutarlo.
Que la tristeza y los bajones se superan caminando y mirando el cielo. Observando la cara de un nieto al decir abuela pensando en lo rico que se es al tener tanto en relación con lo poco que otros tienen.

Feliz día de la madre para todas las que lo son, mi mayor respeto para aquellas que se fueron al dar a luz, para las que partieron por alguna enfermedad antes de tiempo o porque simplemente el destino lo quiso así.
Estén o no estén nadie podrá quitarles el titulo más noble que la humanidad puede entregarle a una mujer.
Ni diosa, ni reina, ni princesa…..MADRE!!!!!!
FELIZ DIA PARA TODAS…de corazón y muchas gracias por darnos la vida y permitirnos disfrutar de cada uno de los momentos que ella nos propone desandar.

JUAN CASERO

lunes, 18 de mayo de 2009

LA PELOTA

Atenta y altiva como esperando un piropo, caminaba por todos lados, irresistible, fina a veces, endiablada por momentos y otra veces tan fiel.

Es que ella sabe bien que no hay otra que pueda igualarla, bonita, caprichosa y tan necesaria para nosotros los hombres a lo largo de nuestra vida, la única, la mas fiel.

Quien puede negar que desde que tenemos uso de razón hemos soñado con tenerla, poder tocarla, sentirla, vivir infinidad de historias con ella, acariciarla, hablarle al oído, invitarla a bailar para que en cada uno de sus movimientos nos enseñe a disfrutar los acordes de su música.

Ella es como una diva, semejante a una estrella de cine, capaz de salir a escena ante una multitud y dejar con la boca abierta a todo el público.

Mira que no, ella es capaz de escaparse de la sala en el momento crucial de la película o hacer una pirueta en medio del espectáculo como para que el primer actor quede mal parado ante su gente, siempre dejando en claro que ella es la estrella.

Puede ir de aquí para allá y en medio de la pista de baile relojear a cada uno de esos que no le saca la vista de encima, siendo testigo del amor y el respeto que ella impone como si fuera una abeja reina en el panal, o nuestra mismísima vieja.

Es cierto también que por ella hemos ido del amor al odio. Cuantas veces la insultamos cuando no quiso entrar. Cuantas veces quisimos que la atropellara un auto cuando se escapaba traicionera a la calle. Cuantas veces debimos defenderla a ultranzas cuando la vieja mala de al lado quería terminar con su vida.
Sin embargo cuanto placer nos ha dado cada vez que entró y se convirtió en victoria.

Cada vez que se quedó entregada en manos de nuestro amigo el arquero y por aquellas tardes en que decidió en vez de ignorarnos y traicionarnos, decidió darse un golpe contra algunos de los postes, confundida pero al fin atrapada por nuestros colores.

Le he dicho que ella es deseada. Todos la quieren tener en casa. Quien no soñó alguna vez con abrazarse a ella contándole historias, imaginando juntos los mejores goles de la vida.

Los árbitros la buscan cuando ella queda dando vueltas solitarias en el vestuario. Los jugadores la pretenden como trofeo luego de la gloria de alguna final y los hinchas se la llevan de prepo a su casa cuando a ella se le antoja dar una vuelta por la tribuna.

Compañera inseparable en el jardín, luego en la escuela, en cada uno de los picados y en cada uno de los pic nic de la primavera.
Socia en las gambetas de cada tarde en la o en el protrero. Fiel compañera en la soledad del rinconcito del patio.
Amiga de cada una de las historias de amor que nacieron en el barrio y de las que fue testigo.

Amiga y cómplice de la vieja en cada penitencia cuando no hacíamos los deberes.
Integrante inseparable de cada viaje de vacaciones con la familia.
Amante de los goleadores y los buenos arqueros.
Protagonista principal de cada una de las historias que nosotros contamos cada vez que nos sentamos frente a un micrófono.

Si es que por ella estamos acá. Si no existiera, nada de lo que nosotros venimos a hacer tendría justificativo.
Mira si será importante que el mundo se paraliza por ella.
Millones y millones de personas hacen negocios pensando en ella.

Hasta su ropa y sus colores son a veces motivo de discusión por todos lados. las grandes empresas se pelean tratando de obtener su mejor vestimenta.
y aunque como dice el dicho, “la pinta es lo de menos” a mi si me dan a elegir me quedo con la tango, otros dicen que la azteca, que la penalty….nada importa solo que ella es tan necesaria como el agua o el aire…..porque díganme una cosa
Alguien podría vivir sin una de ellas…..
Ni Tom Hans en la película naufrago. es mas la necesito para lograr sobrevivir a la soledad. la necesito como compañía, para hablar con ella..porqué aunque muchos piensen que ella no habla, hay un sin fin de hombres como nosotros que podemos demostrar lo contrario.
sino…pregúntenle a los que la aman con pasión.

Hoy es el día de los enamorados y he querido hablarles de ella……ni balón, ni esférico, déjenme decirle redonda……o sencillamente la pelota…con nombre de mujer. Será por eso que la amamos, la deseamos y siempre la queremos a nuestro lado en los momentos de placer……..

Y OTRA VEZ SANTAMARINA

Y otra vez Santamarina, el aurinegro, el equipo de la ciudad. El del sentimiento que ni se quiebra ni se vende. El de las históricas banderas de Graciela y Fabián Presentes. El aurinegro de Rubén Echeverría, que cada domingo cuelga junto a sus hijos varios trapos entre ellos ese que dice NO HAY NADA QUE TEMER.
Y es cierto, si parece que la tormenta termino, pasó,, nos asustó y se fué.
Santamarina, el de las viejas glorias del fútbol, el aurinegro. Ese que resucitó desde las cenizas.
El aurinegro de pachi que cuelga esa bandera que dice “Hasta Tokio no paramos”.
El equipo de las tardes gloriosas, el de las epopeyas, el equipo que nos traía a la cancha al lado del viejo cuando apenas éramos unos pibes.
El del las finales del 77 con Cipoletti. Aquél de Petrillo.
El del 85 con Romeo como técnico. El del 2006, con Tenaglia. Y este de Duilio Botella.
Y como no querés que haya vuelto la gente a la cancha, como pretendes que no haya la expectativa que hay hoy. Como pretendes que no imagine que allá por la 4 de la tarde el San Martín va estar como en los domingos de mayor esplendor.
Si parece…parece que hasta el horario es el histórico. Santamarina ha venido jugando de noche y al medio día pero hoy parece que alguien se iluminó y determinó que el partido debía jugarse a la hora que se juega el futbol. El domingo por la tarde.
Y seguro que si venís camino a la cancha y tenés mas de treinta te obligaré a pensar en el pasado glorioso.
En las tardes en que el cole marrón nos traía hasta la esquina de Rivadavia y Belgrano o Rivadavia y San Martín, y caminábamos en esa comunión al lado de muchos hinchas, todos con un solo objetivo, ver al equipo de camiseta aurinegra, ese que al saltar a la cancha te conmueve el corazón, te hace vibrar de emoción en cada gol y que si o si te ha hecho y te hará protagonista de alguna historia futbolera.
Como no va a venir la gente esta tarde. Si hasta hace poco era casi imposible pensar en este presente.
Como pretendes que el hincha no este excitado con el momento que vive, si Santa se metió otra vez en las finales del argentino.
Y sabés que hace unos meses atrás se hablaba de que no se sabía si se iba a poder seguir. Algunos hasta mencionaban que habría que afrontar lo que venia con chicos de inferiores…..y santa, el aurinegro, el equipo de la ciudad, de la mano de un desconocido para estos torneos llamado Duilio Botella esta otra vez en las finales.
Como hacés para evitar que vuelvan las lágrimas cuando te pones a pensar que llegará por Tandil otra vez el Racing cordobés.
Las sensaciones de haber estado aquél día en el 85, haber estado el año pasado y de poder estar hoy.
Seguramente algún viejo en medio de la tribuna contará anécdotas de Santa vs Racing en el 85 a los que no estuvieron.
Los extraños sentimientos de aquellos que dudábamos en que la historia se repitiera.
Como hacer para no estar feliz, si los salteños tendrán que venir a jugar aquí en la última fecha.
Como hacer para aguantar hasta las 4 de este domingo.
Seguro que hoy más allá de BOCA - RIVER, SAN LORENZO o INDEPENDIENTE, EL GRAN DT y todas esas yerbas. Más allá de las cargadas y las amarguras por lo que dejará el fútbol de la primera división. Más allá de las risas y el llanto por el equipo de tu vida, por sobre todo eso estará santa, él santa de tu corazón, el santa de tu ciudad.
No se por que se me ocurre que si venís para la cancha, escuchando la radio y tenés mas de 50 pirulos, se van cruzar por tu mente, el mingo Pastor, el zorro Acuña, el colorado Ghezzi y el negro Quinteros.
Si andás por los 40, seguro se vendrán a la mente Horacio Lecuona, el negro Lescano, el conejo Tarabini y tantos otros.
Si transitás por los 30, entrarás al estadio recordando a aquél Santamarina de Ducca, los Armendáriz, el colorado Gauna, el cabezón Méndez y Abel Coria entre otros.
Y si la edad no te permitió vivir aquellas épocas gloriosas, seguro vendrás enfundado en los trapos. Esas magnificas banderas, ingeniosas, autenticas, señales con marca registrada de la nueva generación de hinchas.
Esos pibes que encabezados por algunos veteranos de guerra, como el turco Magín, Roqui Blazina, el Ruben, la tota y el Wylli, ya andan planeando los viajes para alentar.
Ellos son quienes andan hoy con la obligación de reivindicar a la gloriosa y legendaria Barra del Bombo y el muñeco.
Ellos son quienes de a poco deben transformar en realidad el “yo te sigo a todas partes”.
Mis hijos, tus hijos, tus nietos, ojalá puedan ver al aurinegro en los más alto del fútbol argentino.
Por que seguro les pasará lo mismo que nos pasó a nosotros, no lo olvidaremos nunca más.
Será el recuerdo más bonito de nuestras tardes futboleras de domingo.
Yo quiero decirles que estoy orgulloso de este equipo.
Que me siento un privilegiado por estar en cada lugar donde juega santa.
Que alguna vez soñé con ser el relator que contara una historia de fútbol apasionante a los hinchas del aurinegro.
Que cada vez que arranca un partido, me acuerdo de aquella década del 80 como hincha y oyente y pienso que detrás de la radio hay seguramente muchos que lo sienten como lo sentía yo por aquel entonces.
Es por eso que le agradezco al fútbol, a Santamarina y a la vida esta posibilidad. Contarle al hincha a cerca de su equipo, soñar juntos, sentir lo mismo, es verdaderamente para mi gratificante.
Vamos, dale vení a la cancha pensando que el alma de Pastor estará debajo de los 3 palos.
Dale vení pensando que la magia de Valverde contagiara a los muchachos de hoy.
Dale vení para la cancha pensando que la viscacha sabe x viscacha pero que a sus espaldas estará el zorro acuña, que más sabe por zorro.
Dale vení para la cancha que al cuchi Arévalo le cubrirán la espalda entre el negro Conti y Solimanto.
Dale vení para la cancha sabiendo que Gimenez tendrá a su lado al colorado Gauna.
Dale vení para la cancha pensando que el alma del conejo Tarabini le hablará los 90 minutos al oído del árbitro.
Dale vení para la cancha sabiendo que Elizondo y Barrios Suárez sentirán en el área la presencia de Manga, Capelutti, el cordobés Barbero y el tati Silva.
Dale vení para la cancha, simplemente abrazando tu bandera “aurinegra”.
Dale viejo vení para la cancha, que el equipo esta otra vez, otra vez muy cerquita de una final.

martes, 27 de enero de 2009

EL ENANO AURINEGRO

El enano era de esos jugadores al que en el barrio cualquiera que osara con opinar a cerca de las cualidades futboleras de los que por allí despuntaban el vicio, hubiese marcado como un pica piedras, uno del montón, un pata dura.
Era de esos a los que las ganas siempre le ganaban al talento y ya desde
chico se vislumbraba que la vida debería portarse extremadamente bien con el para que aquellas pocas virtudes que tenia de pequeño, cambiaran a medida que fuera creciendo.
El enano era de esos pibes a los que la existencia no les regalaba casi nada. Y si bien su padre y su madre trabajaban, ya desde chico el también aprendió a colaborar con la economía familiar.
A la mañana iba a la escuela para cumplir con sus estudios y por la tarde salía en su bicicleta a vender los exquisitos pasteles que preparaba, Teresa, su madre. Y como si esto fuera poco los fines de semana cambiaba los pasteles por el diario el eco y se hacia unos pesos extras vendiendo a los gritos las noticias del pueblo.
Para el enano solo había un par de debilidades. El entrenamiento de los sábados cerca del mediodía en la cancha de su querido Santamarina y detenerse mientras vendía por la calle en cada uno de los picados que se cruzaba, aunque fuera solamente para jugar un par de minutos y seguir rápidamente con el laburo.
Generalmente, eran pocos los minutos que jugaba, por que si bien en cada picado o en cada potrero que se cruzaba era bienvenido, ni bien le pifiaba en alguna entrega o daba algún pase gol a los contrarios, lo invitaban a seguir viaje.
Sin embargo fiel a sus convicciones, poca bola era la que les daba a quienes querían cambiarle su forma de jugar.
El enano era un insistente gambeteador pero de esos que jamás dejó a dos rivales seguidos en el camino.
Era de esos a los que le gustaba tirar paredes pero jamás te la devolvía redonda y además también pesaba sobre él, el celebre calificativo de comilón ya que en cercanías del arco era difícil que te pasara un balón.
Este ultimo detalle no hubiese sido problema siempre y cuando esa decisión del pequeño futbolista terminara con la redonda enredada en el fondo de la red pero como ustedes deben imaginar, alcanzan y sobran los dedos de una mano para enumerar las veces que se pudo festejar.
El enano amo el fútbol desde la cuna y ya desde muy pequeño su padre lo hizo fanático de Santamarina.
Vivía cerca de la estación pero era solo una casualidad. Y aunque su viejo trabajaba como ferroviario y vivía desde hace muchos años en el barrio, ambos eran del aurinegro y nada querían saber a cerca de sus queridos primos, los tricolores.
La vieja entrada de Belgrano y Roca fue la que lo recibió durante la infancia y parte de la juventud en su querido Santamarina hasta que llego ese momento difícil, casi trágico, impensado por el enano.
Ya casi llegaba a los 23 años y por aquel entonces todos sus compañeros de la infancia jugaban en la primera del aurinegro, el apenas y de a ratitos en la cuarta.
En la semana previa a la toma de tan difícil determinación, se había cruzado en el centro con un amigo. Ese viejo compañero de antaño conocido en algún picado mientras vendía pasteles cuando era chico lo había invitado a jugar en Excursionistas.
El equipo con sede en calle las Heras y cancha en el barrio Palermo andaba reclutando jugadores para afrontar el campeonato de la liga.
Dale enano, veni, mira que allá vas a jugar en primera si o si le dijo el amigo. Cansado de pasar las tardes en el banco de suplentes tenia que decidir nada mas y nada menos que transformarse en un hincha mas definitivamente o traicionar de cierta manera los colores y ponerse otra camiseta.
De todos modos el quería sacarse esas ganas de todo jugador y competir en la primera división de la liga tandilense
De lado iba a quedar el sueño de hacerlo con la camiseta aurinegra pero como contrapartida el enano no sentía que debía despedirse tan rápido del fútbol.
Así fue entonces que acepto la oferta, pidió el pase, que le fue otorgado sin ningún tipo de reparos y se encamino hacia lo que seria su futuro, jugar a partir del próximo torneo en la primera división de Excursionistas.
Lo que el enano no sabia es que aquel juramento de su amigo garantizándole que sería de titular si o si, era tan real como el unicornio de la canción de Silvio Rodríguez, famosa por aquellos años.
El técnico deposito en el la toda la confianza pero rápidamente el primero en la lista de los suplentes le arrebato el lugar.
El pequeño jugador y fanático hincha de Santamarina que había emigrado para vestir otra casaca con el solo objetivo de jugar en primera, no lo podía creer.
Nadie podía hacerle entender que el no había traicionado sus colores. Era normal que amante del fútbol como lo era, hubiese buscado la chance de jugar aunque sea para otro club.
Traición hubiese sido que te pongas la de ferro, argumento alguien, como para darle fuerzas.
Y aunque el calvario iba por dentro, el enano se la banco como un señoriíto y siguió yendo domingo a domingo. El mejor arreglo que pudo hacer con la dupla técnica que dirigía al trueno verde fue que aunque sea un ratito lo pusieran cuando el equipo lo tuviera liquidado.
Pero nadie imaginaba lo que le esperaba. El torneo avanzo y llego la última fecha.
El próximo domingo en la jornada de despedida el rival sería su querido Santamarina.
Ellos ya sin chances deambulaban por la mitad de la tabla. Eran un equipo duro. Sin embargo Santamarina llegaba como líder y debía ganar para que no lo alcance su inmediato perseguidor y archirival ferrocarril sud.
En el equipo del enano jugaban como titulares 4 muy buenos exponentes que venían de mar del plata. Y además de quitarle la titularidad a los pibes de Tandil, los foráneos cobraban también algún dinerito.
Era viernes y aquel amigo que lo había tentado a nuestro personaje para que fuera a jugar a excursio, lo llamo a los gritos en medio de la calle.
Todavía con el cargo de conciencia que significaba haberle mentido al enano solamente con el fin de completar la lista de buena fe, le manifestó que iba a tratar de enmendar aquel error cometido.
Y que vas a hacer? Pregunto el enano.
Yo soy el que maneja el auto que va a buscar a los 4 de Mar del Plata.
Nosotros ya no tenemos chance, así que se me ocurrió que se me va a romper el auto y cuando llegue a Napaleofu me vuelvo.
Así vos podes jugar de titular contra Santamarina y demostrar lo que sabes y por ahí quien te dice, el técnico te lleva de vuelta.
Enserio harías eso por mi pregunto el enano, - Pero por supuesto ya lo tengo decidido contesto el amigo.
El domingo llego y el enano apareció caminando lentamente, con su bolsito al hombro. Observo pegado al alambrado el primer tiempo del partido de cuarta y sobre la media hora del segundo periodo enfilo para el vestuario.
Al llegar observo la puerta entre abierta y escucho el dialogo de los técnicos.
Me aviso el padre que al negro se le rompió el auto cerca de Napaleofu así que olvídate de los muchachos de Mar del Plata.
El enano sonrió y entro junto al resto de sus compañeros.
Uno de los técnicos, mezcla entre motivador y medio falso, le toco la cabeza y le dijo “nene dale con ganas que hoy vas desde el arranque”, rómpela mira que estos le tenemos que ganar así les cagamos el campeonato.
Jamás desde que estaba allí había recibido alguna arenga entonces la sensación del enano era un tanto rara.
Verse justo con la 11 en la espalda, de titular y contra su equipo del alma, Santamarina. Era todo muy raro y mas aun cuando saltaron a la cancha.
Sus ex compañeros lo saludaban casi de compromiso y no falto aquel que se acerco y le dijo, che enano es cierto que te pusieron por que no llegaron los de mar del plata????
El enano no comprendía si los nervios en el estomago y el nudo en la garganta eran por el partido o por la serie de condimentos que le ponían los que estaban a su lado.
El árbitro hizo sonar el silbato y el partido comenzó. Cinco minutos pasaron apenas para que aquel que siempre ganaba el campeonato de penales después del entrenamiento cuando eran pibes, pusiera el 1 a cero a favor de santamarina.
Lo extraño seria lo que iba a suceder en el minuto 30 de la primera etapa.
Un corner para excursionistas desde la derecha cayo en el corazón del área Ese que siempre le había ganado el puesto al enano en santa le pifio tratando de dar una mano en defensa, con tanta fortuna que la pelota quedo picando al borde del área chica.
Créanme pero a nuestro pequeño amigo se le salio el botín al impactar el balón con un tremendo puntinazo que se trasformó en el 1 a 1.
Estaba terminando de atarse el botín de cara al piso y tratando de imaginar su gol porque al impactar de puntín había cerrado los ojos, cuando escucho el grito de la hinchada aurinegra a sus espaldas festejando el segundo.
Su amigo el negro, el del complot para que los jugadores foráneos no llegaran, ya de vuelta en el estadio lo espero en la puerta del vestuario.
Y viste que te dije, viste que te dije.
Si bueno, dijo el enano, pero igual vamos perdiendo.
No importa contesto el amigo, escucha bien lo que te voy a decir.
El muchacho, que tenía mas calle que el gran buenos aires y al que aun le remordía la conciencia, tenía otro plan.
El juez de línea que va a marcar el ataque de ustedes es amigo mió. Fíjate y esta atento por que le voy a gritar algo lo voy a distraer y en alguna vas a quedar cara a cara, mas vale que la aproveches, sentencio.
Iban 15 de la segunda mitad cuando el línea cometió el error de contestarle una pregunta al amigo que estaba detrás del alambrado.
Una fracción de segundo y cuando giro la vista nuevamente hacia la cancha los dos centrales y el arquero con las manos en alto pedían off side. El arbitro con unos kilos demás nada podía hacer ya que aun le quedaban unos metros para cruzar la mitad de la cancha.
Entonces el linesman que amaga levantar la bandera y el negro desde atrás que grita las palabras mágicas, “arranco bien”, “arranco bien”, allí murieron las intensiones del juez de raya.
El enano con pleno dominio del balón volvió a cerrar los ojos y recordó por un instante los mejores momentos de la infancia en los potreros y como haciéndole un homenaje a esas épocas se prometió no fallar.
Abrió los ojos y la acomodo suavemente contra un palo.
Sus compañeros lo abrazaban en una esquina de la cancha, mientras los aurinegros protestaban por la posición adelantada.
Tres minutos mas tarde un tiro libre al borde del área a favor de Santamarina volvería a desnivelar el encuentro colocándolo 3 a 2.
Los minutos se consumían y el final del partido se avecinaba. El trueno verde buscaba el empate a través de un corner.
El centro al área y un manotazo al balón por parte de un jugador aurinegro que es advertido por el arbitro, penal!!!!! El grito generalizado de los que tenían camiseta verde y el silbato del arbitro marcando la pena máxima.

El enano lejos de pensar en el empate, comenzó a analizar lo que significaba que Santamarina no ganara.
Corrió hasta el alambre y pregunto como iba Ferro. Algunos que estaban
Escuchando la radio le confirmaron que el tricolor había ganado.
Extrañamente en el final del encuentro que lo había tenido como gran protagonista se planteaba una enorme confusión.
Tratar de empatar o permitir que el equipo de sus amores, el que lo había visto crecer, el equipo del que era hincha fuese alcanzado por su archirival.
Pensó que al fin y al cabo en realidad el había jugado ese partido simplemente por que no habían venido los muchachos de Mar del Plata.
Que la arenga de los técnicos había sido bastante falsa y que además había sido cómplice del negro y su segundo gol no deberían haberlo cobrado.
El enano corrió hacia el banco y pidió patear el penal. El indio Chávez, primer marcador central y capitán ya estaba con la pelota abajo del brazo mientras el juez contaba los 11 pasos.
El enano no sabia que otra excusa poner para que el ejecutor fuese el.
Es mi tarde, están mis viejos le dijo el enano al indio y el enorme defensor le entrego el balón sin percatarse cual seria le destino de tamaña decisión.
Santamarina ganaba el parido 3 a 2 y acariciaba el campeonato.
El arco que da a ramón primero seria el testigo de la última jugada del encuentro. El arquero aurinegro y el enano como protagonistas.
El silbato del árbitro se oyó como si fuera eterno. El enano corrió hacia el balón y pensó una vez mas en los colores de su corazón, en las palabras de su técnico, en el porque de su inclusión en el equipo titular….y la colgó de un eucaliptos del monte que estaba detrás del arco.
Cerró los ojos, se arrodillo y se tapo los oídos por que no quería escuchar ni ver nada de lo que allí pasaba.
Sin darse cuenta le había llegado unos de los momentos en que la vida te pone a prueba.
Se quedo sentado en el piso, apoyado en uno de los palos del arco, y observo el festejo de santa y su gente.
Y aunque deseaba íntimamente ser uno más de ellos, la cordura predomino a esa altura de la tarde.
La gente se fue lentamente. El enano camino hasta el vestuario y se sentó en un rincón. Sus compañeros se bañaron y al irse no hubo uno que no le tocara la cabeza y le dijera, no te hagas problema ya esta, ya termino.
Cuando ya no quedaba nadie ahí dentro, el enano se baño. Pensando en lo que había hecho disfruto al máximo de esas gotas de agua que regaban su cuerpo. Santamarina era campeón, gracias a el. Había hecho lo que le marcaba el corazón, lo que indicaban sus convicciones y nadie se había dado cuenta. Al contrario sus compañeros hasta buscaron consolarlo luego del encuentro.

Termino de ducharse, tomo su bolsito, lo hecho al hombro y enfilo para la puerta. Al salir observo que el canchero, un viejo de pocas palabras, canoso y con cara de pocos amigos venia hacia el y traía a cuestas una de las redes del arco.
“lo erraste a propósito” dijo el viejo y no fue una pregunta sino una aseveración.
El enano agacho la cabeza y se fue sin contestar. Al llegar a la casa, tomo unos mates en soledad y luego enfilo con destino a un galpón en el fondo donde colgó los botines. No volvió a usarlos nunca más.
Al día siguiente busco un trapo y comenzó a pintar una bandera que hace mas de 20 años va de alambre en alambre.
Aquel día decidió que seria solamente hincha y nada más que hincha del único que equipo que amo desde la cuna y que amara hasta que llegue el momento de su muerte.
El aurinegro, Ramón Santamarina.

EL CUENTO DEL SABADO EN LA PREVIA DE SANTAMARINA vs JUVENTUD DE PERGAMINO

26 de enero de 1985 – LA FINAL

(Si sos hincha de Santa acepta este consejo. Cerrá los ojos, imagina que estas parado en la esquina del estadio y escucha este relato. Si estuviste aquel dÍa aprovecha para recordarlo y si no vení conmigo, sumergite en parte de la historia y enterate lo que paso esa noche.
Mañana 26 de enero de 2009 se cumplen 24 años de la hazaña aurinegra)


Rivadavia y Godoy Cruz. Son las 7 y media de la tarde del 26 de enero de 1985. La vieja, previsora y sabiendo que habría un mundo de gente, ya nos había sacado la entrada en forma anticipada.
El partido comenzaba como a las 9 de la noche pero con mi viejo teníamos la costumbre de llegar un rato antes para acomodarnos en nuestro lugar.
Desde temprano se vivía con gran expectativa el choque entre Santamarina y Loma Negra de Olavarria en la última fecha del torneo regional.
La ciudad se movilizaba detrás del equipo que conducía Daniel Romeo en busca de aquella revancha, tratando de cerrar esa herida provocada por los de la ciudad del cemento en el 81 cuando también en la última fecha y con un gol de penal en el Francisco Fiego nos habían dejado en el camino.
Recuerdo esa tarde, con mi viejo, estábamos en la tribuna que da espaldas a calle 11 de septiembre, en medio de la hinchada de Loma negra que había traído a Tandil la nada despreciable cantidad de 14 colectivos repletos de hinchas.
Los olavarrienses lejos de parecerse a una barra brava eran muy cordiales y más aun cuando el negro Conti cometió aquel foul que terminÓ en el penal que liquidaría la historia a favor del equipo cementista.
La cosa es que Santamarina tenia ahora una nueva chance y vaya casualidad definía de nuevo contra el equipo que se había transformado en un clásico de la zona.
Como les he contado en diversas oportunidades fui un fiel testigo de todos los partidos que santa jugo como local en aquel torneo del 85.
Recuerdo que el primer encuentro en casa fue en la segunda fecha debutando en el San Martín contra Villa del Parque de Necochea que llegaba de la mano de un hombre que había marcado toda una etapa en Santamarina, Arturo Petrillo. Pero ni el siquiera, que conocía bastante a los de Tandil pudo llevarse un empate ya que el negro Conti madrugo a todo el mundo y a los 3 minutos del primer tiempo marco el 1 a 0 definitivo.
Podría mencionar también el susto que nos pegamos el día del 0 a 0 cerrado frente a Azul atletic y la inolvidable atajada del golero aurinegro, unos minutos antes del final en el arco que da al calvario. Allí fui testigo de una memorable atajada de Ducca, quien volando desde el palo derecho hacia el izquierdo y con mano cambiada le saco del ángulo un tiro libre al negro Milano.
Ducca estaba en esa lista de ídolos de la niñez. Tal es así que en el torneo local tenía como costumbre ubicarme detrás del arco para verlo en acción. Veía en el a un maestro debajo de los 3 palos, un tipo al que le podían hacer algún gol pero que en definitiva evitaría un par de ellos en cada partido.
Quizá el momento mas alegre de esas tardes fue el día que en cancha de movediza mientras santa atacaba, se dio vuelta y nos pregunto a mi y ami viejo “como va boca”.
En realidad, poco importaba como iba boca, poco importaba que fuera de boca. Lo importante es que había intercambiado un par de palabras con ese arquero que para mi era idolo y que sentía tan lejano. Yo no lo podía creer. Fue tan importante que aun lo recuerdo.
Eran otros tiempos, tiempos en que nosotros en el barrio atajábamos y en vez de parecernos a Fillol, queríamos ser Ducca, el gran arquero aurinegro.
Otro de los momentos inolvidables que recuerdo de aquel 1985, fue la noche que lo convencí al viejo a pesar de la tormenta para ir a ver a santa.
Era una noche de perros, pero el aurinegro se lo merecía y nosotros también.
Me costo mucho convencer al viejo que a su ves tenia que convencer a la vieja. Era toda una cadena y la perla que refunfuñaba diciendo, es una locura que lleves al chico a la cancha con esta tormenta.
La noche era de esas que cualquier director de película de terror hubiera elegido para hacer las mejores tomas de un film.
Lluvia torrencial, algún que otro rayo y relámpagos por doquier que amagaban con algún corte de luz y los equipos que saltaban a la cancha.
Esa inestable noche como llegamos sobre la hora del inicio recuerdo que vimos todo el partido pegados al alambrado en la mitad de la cancha, en medio de las viejas tribunas de piedra que estaban debajo de las cabinas.
En la cancha los once leones de Romeo derrotaban a la lluvia y al Progreso de Mercedes con goles de Barbero y Marcelo Armendáriz.
Como anécdota mencionare que al volver a casa sobre la medianoche seguía lloviendo a baldes.
Tomamos el último colectivo marrón que hacia recorrido nocturno y el mismo era manejado por Carlitos Romero. Aquel conductor del interno numero 8 amigo de mi viejo se apiado de nosotros y en ves de dejarnos donde a el le correspondía que era a la vera de la ruta 226, enfilo hacia el barrio Selvetti y nos llevo unas cuadras para que la mojadura no fuera tanta.
Gestos como ese marcan una época, que quizá ya no volverá.
Recuerdos de aquel regional hay muchos. Los dolores de cabeza por ejemplo que nos dio el ropero Díaz, sin embargo nada paro al aurinegro.
De los rivales reconocer el talento de un gran jugador y una gran persona como la loba Bomaggio, de El Progreso de Mercedes, que fue uno de los mejores jugadores a los que se enfrento Santamarina.
Sus buenas actuaciones le permitieron venir a Tandil y jugar en grupo unos años después.
De los partidos que escuche por radio solo recuerdo el gol del colorado Gauna en Olavarría.
Sentados en la cocina con el viejo escuchando radio Tandil.
Ganaba loma negra 1 a 0 con gol de Forguez y a los 37 lo empato el colorado con un soberbio tiro libre al borde del área.
Luego en el complemento santa se traería para Tandil un triunfo vital e inolvidable 3 a 2.
Pero vuelvo a las 7 y media de aquel día tan importante. Los equipos en los vestuarios. En la calle la globera tratando de vender alguna que otra banderita y el loco Olivera desafiando la temperatura con su exquisito café.
El arbitro Abel Pérez recorríendo el campo de juego y la barra del bombo copando los tablones de la tribuna que da espaldas a Rivadavia.

Tan bien la coparon que nosotros por esperar al novio de una prima que quería ver el partido, nos tuvimos que conformar con un lugar en la tribuna de piedra dejando de lado nuestro lugar habitual.

Petardos, papeles y aplausos de todo el estadio para recibir a Santamarina que saltaba a la cancha con Ducca, José Solimanto, Marcelo y Néstor Armendáriz y el negro Conti en el fondo, Tarabini, Gauna y Erviti en el medio, Coria Somi y Barbero en la delantera.
Unos segundos después tímidos silbidos que dejaban entre ver el respeto por el rival de aquella noche. Pues así lo marcaba la historia.
A la cancha vestidos de remera celeste y pantalón negro los muchachos de Cayetano Rodríguez. Barbieri, Carabelli, Arbe, Rossi y Dragui; Espíndola, Rinaldi, Sosa, Aquilano, el turco Oudoukian y Forguez.
Digno de una final el partido fue muy tenso y disputado desde el minuto inicial. La gente no quería perderse ni un solo detalle tal es así que en el entre tiempo para no resignar el lugar en la tribuna nadie quería ir ni siquiera por un chorizan a la cantina. Eso le valió un gran negocio a un bolichero de la calle Godoy cruz quien en un intercambio saludable hacia viajar los especiales de salame y queso desde la vereda y hacia lo alto de la tribuna a cambio de unos pesos que hechos un bollito caían rápidamente sobre las baldosas, delibery futbolero le llamaríamos hoy.
La cancha y la tribuna servían para que mi viejo se encontrara con amistades de su querido barrio de Villa Italia y allí estaba uno de ellos. Caito, ensañado cruelmente hasta por demás con el tandilense que vestía la camiseta de loma negra. Haciendo alarde de su amplia galeria de insultos futboleros gritaba y gritaba hasta que en una de esas el 10 visitante que lucha una pelota al lado del corner. La pierde y llegan nuevamente los recuerdos para toda su flia.
El turco Oudokian, atento a los mensajes de la tribuna, giro la cabeza y miro en tono desafiaente con ánimos de venganza. Pero lejos estaba de amedrentar a nuestro hincha ya que caito hijo de un famoso púgil lugareño se abrió lugar en la tribuna gritando yo soy el que te insulta, en otros términos por supuesto, como para que no quedara ninguna duda. De todos modos la historia no pasaría a mayores y terminaría allí nomás. Mas aun cuando faltando un par de minutos para el final y la gloria con aquel 0 a0 un hincha se metió a la cancha e hizo detener el partido. Ya no habría mas futbol.
Era nada mas y nada menos que el loco Daniel Pérez el hasta hace poco dt del atlético san manuel.
El momento tan esperado había llegado, Santamarina se clasificaba para jugar el campeonato nacional.
La gente invadía la cancha para quedarse con algún recuerdo. Un amigo de lo ajeno muy conocido del otro lado de la ruta 226, fue el primero en conseguir un par de pantalones largos de la marca NANQUE y que portaban los suplentes. Les puedo garantizar que esas prendas recorrieron mas de una penintencieria e la provincia.
Paradójicamente en la actualidad ese mismo personaje, camina en libertad lusiendo una casaca de ferrocarril sud.

Todo tiene que ver con el futbol como aquel abrazo que al salir del estadio se dieron mi viejo un gran amigo de villa Italia.
El hombre también andaba con su hijo de la mano, un gordito rubio que fue testigo al igual que yo de aquel abrazo futbolero de dos amigos que habían compartido con sus hijos la gloria de ver llegar a Santamarina a la primera división del futbol argentino.

Las cosas de la vida y el futbol, esos dos gorditos que vieron como sus padres se estrechaban en un abrazo por el logro y por la amistad no imaginaron que 20 años después los viejos mirarían desde el cielo y que ellos de pura casualidad y sin saber de aquella amistad estarían juntos en un estadio y no en las tribunas sino en las cabinas.
Porque aquellos pibitos que acompañaban a sus padres detrás del santa del 85 y fueron testigos de aquel abrazo somos nada mas y nada menos que botija Fernández y juan casero.

Casualidad, destino y Pasión muchachos, pasión por el futbol, por santa, por el periodismo y un enorme respeto por los viejos que no están. Que se fueron de este mundo en nuestra juventud pero que nos dejaron la sabiduría del laburante, el amor por nuestra familia , el hermoso recuerdo de haber vivido juntos aquella epopeya aurinegra y el anhelo de no perder nunca el sueño de ver a Santamarina de nuevo en los primeros planos del futbol argentino.
Mañana se cumplirán 24 años de aquella hazaña. Es por eso que quería recordar a ese equipo, a sus hinchas, graficar con palabras algunos momentos inolvidables y dedicarle esta apertura a Carlitos Casero y Julio Fernández. Mi viejo y el padre de botija, que eran amigos y que se fueron muy temprano de esta vida. A tal punto que se marcharon sin poder ver como el futbol unió a sus hijos, los hizo amigos y los junto en una radio para relatar historias de ese equipo, de camiseta aurinegra que los junto en un abrazo a la salida del estadio un 26 de enero 1985.

Juan Ignacio Casero 26 de enero de 2009