jueves, 5 de noviembre de 2009

EL CABEZÓN

Dedicado a mi amigo y goleador Carlos Raúl Méndez

El cabezón nació en el barrio del estadio. Los baldíos que estaban cerca de Pinto y Rivadavia lo vieron despuntar la pasión por la pelota en los años de la niñez.
Allí junto a sus amigos se divertían a diario con alguna pulpo, inclusive muchas veces la precariedad de la situación los invitaba a jugar con una globa confeccionada a mano por alguna de las viejas. Un poco de papel, trapo y una media enganchada de paso en algún baile y que ya estaba fuera de servicio, eran la formula ideal para armar una redonda que no los limitara en esa insistente búsqueda de la gambeta, los goles o las grandes atajadas.
La historia de nuestro personaje de domingo seguramente es muy similar a la de muchos de los muchachos que han despuntado el vicio del futbol en tierras serranas.
La diferencia entre el y los demás siempre han sido los goles. Por que el cabezón pertenece a una raza que está en extinción, ya que cada vez es verdaderamente más difícil encontrar un goleador. Parecen estar exiliados en una tierra lejana, quizá hasta enojados con aquellos que han hecho que el estado físico predomine por sobre el talento.
Enojados con aquellos que prefieren correr y correr en vez de jugar.
Los goleadores fueron protagonistas de páginas y paginas en los diarios. Motivo de debate en las mesas de café y excepcionales embajadores de nuestro futbol.

Por eso quería recordar al “cabezón” y referirme a un hecho particularmente muy especial en su vida profesional, ya que debe haber, futbolísticamente hablando, momentos inolvidables pero sin lugar a dudas enfrentar a la selección de nuestro país y hacer un gol no es cosa de todos los días. Inclusive a sabiendas de que el gol solo serviría para el eventual descuento ya que por aquel entonces era casi imposible que un humilde equipo del interior del país, clasificado para jugar el regional, pudiera vencer el poderío de semejantes monstruos.

Cada vez que llega un 9 de febrero se cumple un año más de la disputa de un partido inolvidable en el Estadio General San Martín.
Aquella noche Excursionistas, que se había ganado el derecho de representar a Tandil en el torneo regional, enfrentaba nada más y nada menos que a la Selección Argentina, comandada por el flaco César Luis Menotti.
El nuevo entrenador de la “albiceleste” buscaba en cada uno de los amistosos ir conformando el equipo que dos años después se consagraría campeón del mundo, levantando la copa en el Estadio Monumental y generando la alegría mentirosa de un país que lejos de aquella fiesta, atravesaba uno de los momentos más terribles de su historia. Nadie puede dudar que aquella gesta deportiva fue empañada por el accionar destructivo de los militares que llevaban adelante los destinos de un país en el que la libertad, para algunos, era una palabra prohibida.

Pero volviendo al pago chico, en Tandil se vivía con mucho entusiasmo la previa de aquel partido y nuestro héroe, el cabezón, consumía con cierta impaciencia los momentos previos.
Goleador desde las divisiones inferiores, Santamarina había sido el club que ostentaba sus servicios desde pequeño aunque en aquel momento le tocara defender la camiseta del trueno verde.
Bien es sabido que en el interior del país el futbol ha servido para ganarse un manguito que colabore con la economía familiar pero que nadie ha podido vivir de esto.
Así que nuestro amigo despuntaba el vicio los domingos y en la semana recorría las calles de Tandil en una camioneta de la histórica firma Levy. El cabezón era uno de los vendedores de la empresa y su trabajo constaba en visitar negocio por negocio repartiendo elementos de perfumería y cigarrillos.

Reconocido desde su juventud por la increíble capacidad goleadora, el cabezón se robaba los espacios en los diarios donde sus goles hacían debatir a aquellos que en las mesas de café, siempre han luchado por dejar en claro que es ahí donde más se sabe de este deporte.
Y así reza en un diario de la época que habla de una charla de bar en la que se debate si hay que saber hacer goles o hay que tener suerte a la hora de ser poseedor del balón dentro del área y enfrentar al arquero.
El periodista destaca “mientras en la mesa del bar se discute, el cabezón nos sacó la duda. Para hacer goles no solo hay que saber o tener suerte. Hay que estar ahí, donde la pelota va olfateando un botín que muchas veces no encuentra”
“Para que quiere el cabezón la galera y el bastón si le basta con el mameluco del obrero del gol….. vamos amigo contéstele a esos muchachos del bar pero con palabras sino en su idioma…el idioma del gol”.
Bonito recuerdo de un periódico de aquellos años para graficar lo que significa nuestro protagonista de hoy.
Aquella noche inolvidable Excursionistas salió a la cancha con:
Jorge Rigante, Jorge Solimanto, Arguezo, Eresuma, Lavayen, Canale, Daniel González, Gerardo Villar, Arrieta, Aldo Villar y Tatin Alvarez.

La selección argentina formó con Fillol, Killer, Passarella, Tarantini, Galbán, Mouzo, Scotta, J.J. López, Luque, Alonso, Ortíz.

Cuenta la crónica de esa noche que Excursionistas comenzó el encuentro muy nervioso ya que las más de diez mil personas apostadas en el San Martín vieron como a los 30 segundos del inicio, el negro Ortiz marcó el primer gol para la selección.
Scotta le dio al arco con tiro cruzado, Rigante dio rebote y el delantero no perdono.
A los 4 minutos Alonso se escapó por derecha, envío centro y Luque no falló dentro del área, estableciendo el 2 a 0.
17 minutos mas tarde el gringo Scotta iría en busca de un centro al área y con un potente cabezazo al palo izquierdo de Rigante, colocaría el 3 a 0 con el que culminaría el primer tiempo.
En la parte complementaria el “albi verde” tandilense ajustaría sus líneas y estableciendo una férrea defensa evitaría que los muchachos de Menotti siguieran haciendo goles. Es más fueron varias las chances de gol con las que contó la squadra tandilense, las cuales se encontraron con la excelente respuesta del “pato” Fillol.
Pero a la noche le faltaba un detalle. En el banco, ansioso, impaciente y con unas ganas bárbaras por entrar, aunque sea un ratito, estaba el cabezón. El goleador intratable. El hombre que a pesar de no contar estéticamente, quizá con todas las características, era dentro del área infalible.
Con la sonrisa pintada, esa que aun hoy se observa en su rostro cuando uno se lo cruza por la calle o comparte alguna charla. Esa sonrisa de tipo alegre, feliz con la vida. Con esa sonrisa transparente, de amigo, que solo exhiben las buenas personas, el cabezón salto a la cancha promediando la media hora de aquel segundo tiempo con la casaca 16 y sus 23 jóvenes años para reemplazar al querido Daniel González.
El iba a tener el privilegio de romper el cero de aquel segundo tiempo aunque el gol le dejaría secuelas que lo alejarían de las canchas por un par de meses.
A falta de 5 minutos para el final, Arrieta tomo el balón por la izquierda desbordó la marca de Passarella, envío el centro y el cabezón le ganó a la estirada del pato Fillol y con la punta del botín derecho tocó al gol en el arco que da espaldas al calvario.
El goleador tandilense quedó tendido casi dentro del arco por unos segundos y al recuperarse sintió un gran dolor en su pierna goleadora.
El diagnostico diría al otro día que un desgarró lo alejaría de las canchas en toda la primera fase del torneo regional en que Excursionistas enfrentaría entre otros a Estación Quequen y Alumni Azuleño.
Quedan como anécdotas de aquél partido, además de la lesión del cabezón, los siguientes datos.
Un gran enojo en los tandilenses ya que el día después los medios nacionales reflejaban que la selección argentina había jugado en la localidad de Azul.
Otra de las perlitas tiene que ver con Houseman. El delantero había ingresado en el complemento para reemplazar a Scotta. Picó dos veces en busca de que sus compañeros le entregaran el balón y al no encontrar respuesta le manifestó a Solimanto “pico una sola vez mas, sino me la dan me tiro, me hago el lesionado y me voy”.
Un par de minutos mas tarde el delantero del globo cayó como si lo hubieran matado en un roce con el defensor tandilense, dejando la cancha por lesión.
El gran Hotel fue quien cobijo la estadía de la selección en nuestra ciudad. Los muchachos de Menotti se retiraron del estadio en medio de numerosos aplausos que les brindo el público que asistió a ver aquella contienda.
Nuestro protagonista, el cabezón, salio del Estadio General San Martín con la humildad de siempre. En la puerta lo esperaba Any, su novia y la que poco tiempo después se convertiría en su compañera de vida. Dicen que el cabezón le dedicó aquél gol a su suegra lina que ese mismo día estaba cumpliendo años.
Mañana habrán pasado 33 años de aquella noche en la que uno de los hombres más reconocidos en nuestro ámbito futbolero, un goleador con todas las letras, no falló y le marcó un gol a la selección nacional que luego sería campeona del mundo.
Vaya este humilde recuerdo para un querido amigo que demás esta decirles creo que merece este y muchos más reconocimientos.
Fue un 9 de febrero de 1976. La noche en la que el cabezón, Carlos Raúl Méndez, a pesar del aderrota de excursio, se anotó en la red del arco del calvario escribiendo en su idioma…….el idioma del goleador.

por Juan Ignacio Casero - febrero de 2008

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