miércoles, 30 de diciembre de 2009

LAS SEÑALES DEL DESTINO

Si bien yo no soy ni escritor ni poeta, ni aprendíz de los oficios de la literatura y algunos estarán diciendo que se nota, la verdad es que he encontrado un momento de mucha distensión y placer al sentarme frente a la computadora y reflejar anécdotas de mi vida.
Comenzar cada una de las transmisiones de fútbol contando alguna de ellas me hace sentir muy bien.
Demás esta decir una y otra vez que no quiero invadir el terreno de aquellos que hacen de la escritura una profesión.
Y aunque algunos insistan en decir que se nota, es bueno recordarles que quien les habla o escribe jamás pasó por ninguna universidad, ni taller literario, ni nada que se le parezca.
Simplemente son las ganas de compartir con cada uno de ustedes esos momentos inolvidables que nos va entregando la vida a medida que transitamos por ella.
Comparto esas anécdotas que quizá son similares a las que cada uno ha vivido. Así me lo hacen saber y sentir muchos de los oyentes o lectores a quienes me encuentro en la calle y me dicen que viajan conmigo durante estos minutos por ese mar de innumerables recuerdos. Trepados a la proa de un barco imaginario, vamos rompiendo esas olas de la niñez, nos metemos en medio de alguna tormenta de la adolescencia y vemos el sol brillante entre las velas cuando recordamos nuestra juventud.
Hace unos meses me recomendaron leer un libro del escritor Paulo Coelho. El mismo se llama “Maktub”. Maktub es una palabra árabe que significa “estaba escrito” y que nos quiere transmitir que es el destino es el que fija y marca ciertas conexiones con nuestra vida, nuestra alma y el plan divino.
En un compilado de historias breves, sencillas, muy profundas y sumamente sabias que pertenecen a la herencia espiritual de la raza humana, el escritor busca oficiar de excelente ocasión para reflexionar sobre la vida, para reencontrarse con uno mismo y para valorar aquello que “estaba escrito”.
Mi querido amigo Daniel Pérez me diría “te estas poniendo viejo”, ante estas palabras…yo digo que no.
Lo que si es cierto es que uno atraviesa por uno de esos momentos en que trata de buscarle algún significado a la vida desde lo espiritual.
Y encontré, leyendo Maktub, ciertas cosas que tienen que ver con algo en lo que he creído desde muy chico, el destino.
Yo soy un convencido de que todo esta escrito y al margen de que nosotros querrámos planificar cada uno de nuestros momentos, solo nos saldrán bien esos en los que nuestra proyección haya coincidido con el destino.
No me atormenta no poder saber lo que nos va a pasar mañana a cada uno de nosotros pero estoy convencido que ya todo está escrito, hasta el mismísimo día de nuestro final.
Lo más lindo que me ha enseñado Maktub es a ver señales. A compartir y disfrutar de ese “changui” que te da el destino. No te cuenta lo que va a pasar, no te deja ver más allá o sí, todo depende de la forma en que cada uno puede analizar cierto tipo de señales.
Y ahí esta el tema. Algunos estarán preguntándose a esta altura que tiene que ver esto con Santamarina y Huracán. Que tiene que ver esto con el fútbol.
Debo decirles que no tiene nada que ver. Pero siempre estaré dispuesto a darles una explicación que les posibilite entender el porque de cada cosa en cada momento.
El viernes por la noche me refugie una vez más en el arcón de los recuerdos y pensando en Tres Arroyos, la ciudad donde nos toca estar esta tarde esperando por un partido de futbol, busqué y encontré una muy linda anécdota ligada a mi vida y a esta ciudad.
Corría el mes de noviembre del año 1989. Yo pasaba mis días cursando el quinto y último año del colegio secundario. Los sábados por la tarde participaba de un curso de periodismo que dictaba el inolvidable Juan Carlos Gargiulo y disfrutaba además de los últimos bailes como estudiante.
Recuerdo que antes del final del ciclo lectivo conseguí trabajo en la concesionaria de tractores Massey Ferguson denominada Antueno y Lavayen.
Allí comencé a transitar mi camino laboral. El trabajo en principio sería por un tiempo. Al interiorizarme un poco de cómo venía la mano me enteré que yo había llegado a la empresa para reemplazar a un hombre que estaba enfermo gravemente.
Alguien me dijo “pibe yo no creo que el viejo vuelva así que seguro te van a dejar efectivo”. Sinceramente no me sentí para nada bien cuando me enteré que el precio que debía pagar para quedarme era que la otra persona no volviera a trabajar.
Alberto Lategui, el enfermo en cuestión, había sido diagnosticado de un cáncer de páncreas y a sus 67 años muchos pensaron que le había llegado la hora. Pero no fue así. En nuestro pago chico a nadie le extrañará saber que algún médico le erró en el diagnostico y así fue nomás que unos meses más tarde ya recuperado tuve la posibilidad de conocer a este hombre.
La verdad que grata fue mi sorpresa cuando me dijeron que por mis condiciones para trabajar, al margen de que volviera el viejo, yo también me iba a quedar en la empresa.
Era una mañana fría de invierno cuando nos dimos la mano por primera vez. El “viejo” Lategui era un porteño de ley. Flaco, alto, de frente amplia, canoso y con bigote. Hablaba a la perfección el capicúa y a cada rato silbaba una milonga o un tango. “Morocha que me amurastes,….en lo mejor de la davi”…era una de las más famosas y la que más recuerdo.
A medida que nos fuimos conociendo me fue contando de su vida. El había sido en sus años mozos viajante de la compañía Internacional Harvester y más tarde había desarrollado la misma tarea para la empresa Massey Ferguson.
El viejo se había casado en la capital federal y había formado una familia compuesta por su esposa y dos hijos pero su vida tenía una particularidad.
Por una historia de amor gestada aquí en Tres Arroyos, había dejado todo.
Ya con sus hijos grandes una tarde lluviosa trabajaba en esta ciudad y al pasar por una esquina muy fuerte estremeció con su auto un gran charco, empapando a una jovencita que intentaba cruzar la calzada.
Fiel a sus costumbres y todo un caballero, paró unos metros más adelante, se bajó e insistió con hacerse cargo de los gastos que le demandaría a la señorita enviar la ropa a la tintorería. No estoy aquí para contar los pormenores lo cierto fue que ese encuentro terminó uniéndolos para tomar un café y conversar y ese café termino uniéndolos el resto de la vida.
Miriam era soltera, nacida en tres arroyos y vivía en esta ciudad pero a partir de ese momento decidió acompañar a su amor a donde el fuera y fue entonces que el destino los depositó en Tandil.
Trabaje con el viejo desde el año 1990 hasta el 97. Aprendí muchas cosas de él. Nuestros días pasaban entre repuestos, reclamos de garantía, pedidos, control de stock y por supuesto la atención al público. Entre charla y charla fui descubriendo a un hombre apasionado por lo que le gustaba. Su trabajo. Sus perros, sus aviones y barcos en miniatura y las tortas que le hacía Miriam, quien era para él “su piba”.
El viejo dejó de trabajar a los 75 años y decidió concederle un deseo a su amor. Volver a vivir en la ciudad en la que se habían conocido.
Pasó el tiempo y no nos volvimos a ver hasta que el destino me trajo a trabajar a Tres Arroyos.
En el año 2006 tuve la chance de desarrollar tareas en un campo que esta a 24 km de esta ciudad. Desde el día que llegue me propuse averiguar en principio si el viejo aun vivía y por supuesto que si así era, iría en su búsqueda para darle un abrazo y reencontrarme con él después de tanto tiempo.
Habían pasado casi 10 años sin vernos. Un día, mientras transitaba por una de las avenidas de este pueblo haciendo mandados, sentí que ese era el instante para encontrarlo. No me pregunten porque pero fue así. Considero que fue una señal que me dijo que debía buscarlo en ese momento.
Conseguí su número de teléfono en la guía y llame. Ni bien escuche la voz femenina que respondió, reconocí a Miriam. Cuando le dije quien era rápidamente me dijo vení que estamos solitos, Alberto se va a poner muy contento.
Llegué, toque timbre y salieron los dos a recibirme. Me hicieron pasar. En medio de la mesa había una torta. Miriam me dijo “sabes que hoy Alberto cumple 84 años”. Me senté. Compartí con ellos recuerdos, un momento inolvidable, una taza de café y un pedazo de esa torta que tenía el aroma que solo ella sabía darle y que por supuesto para él era un orgullo.
Me fui, al despedirme sentí que era eso. Una despedida de ese amigo y querido viejo.
Subí a mi camioneta y al llegar a la esquina me emocione. Las lágrimas se apoderaron de mí porque una señal aquel día me había dado la chance de compartir con el viejo Lategui un rato de su cumpleaños y también de que ese momento sirviera como una anunciada despedida.
No lo volví a ver. Dos días después de mi cumpleaños número 36, un 30 de abril de 2006, el viejo Lategui murió en esta ciudad, que no era la que lo vio nacer pero si era la que le había dado el gran amor de su vida.
Al estar en tres arroyos quise hablarles de mi viejo amigo. De ese hombre que fue mi primer gran compañero de trabajo. Quise hablarles de su historia de amor en esta localidad y de ese impulso en mi mente que me permitió encontrarlo justo el día de su cumpleaños nro 84, compartir un rato con el y que ese momento sirviera para despedirnos de esta vida.
A mi no me quedan dudas que aquella tarde en Tres Arroyos, todo sucedió gracias a que aprendía a ver “las señales del destino”.

JUAN CASERO
Relato escrito en homenaje a su amigo Alberto Lategui. Leído en la apertura de transmisión de AM 1560, desde Tres Arroyos donde un rato más tarde jugaron Huracán y Santamarina.

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